Han saltado hechos añicos aquellos viejos cánones que regían la moralidad de nuestros abuelos. En materia sexual, que era la que casi en exclusiva reclamaba para sí en otros tiempos el patrimonio de lo ético, las cosas han cambiado y siguen cambiando una barbaridad. Si esos abuelos levantaran la cabeza, no tardarían en volverse a morir de un soponcio ante hechos hoy comunes, pero inimaginables para ellos: concepciones ´in vitro´, relaciones prematrimoniales, matrimonios de gays o lesbianas, etcétera.

Para un próximo futuro se nos anuncia ya el amor entre humanos y robots. Al parecer, pronto será posible adquirir objetos eróticos de avanzadísima tecnología que convertirán en prehistoria las burdas muñecas hinchables para varones o los vibradores para señoras. Expertos en inteligencia artificial y en robótica prevén avances espectaculares que les llevan a hablar de humanoides con sensaciones táctiles y un físico de apariencia creíble. La semejanza será tal que, entre robots y humanos, surgirán inevitablemente los enamoramientos y? el sexo. Recordar los ´tamagotchis´ o recordar otros artefactos que convulsionaron a millones de personas, nos esclarece lo mucho que podemos atarnos a seres virtuales e interactuar con ellos. Por esta razón, fabricantes de ´love dolls´ han agudizado el ingenio y se han lanzado a una desenfrenada carrera para conseguir muñecos tamaño natural, que puedan ver, oler, sentir, dialogar y reaccionar ante determinados estímulos. No hallan barreras de orden moral, sino de orden técnico y éstas acaban siempre superándose. Cuando los robots de apariencia humana se comporten ´naturalmente´ y posean ese ´suplemento de alma´ que nos gusta percibir en la persona a la que amamos, una nueva era sexual habrá llegado. Tal perspectiva quizá haga estremecer a los más puritanos, pero la cuestión no es si eso ocurrirá, sino cuándo.

Fidelidad absoluta del ´partenaire´, eterna juventud, disponibilidad y buen humor constantes, ausencia de ´gatillazos´ o de dolores de cabeza, olvido de contagios, voces melosas susurrando al oído palabras incendiarias? Algo demasiado atractivo, sí, para prescindir de ello. En el momento en el que la robótica invada nuestra intimidad, sólo nos quedará decidir qué vamos a hacer con la vida de pareja entendida al modo tradicional. ¿Engañar al cónyuge con un robot lo percibiremos de igual modo que hoy percibimos el adulterio? Nada impedirá engendrar hijos al margen de cualquier sexualidad y el amor físico, tal como lo conocemos desde la noche de los tiempos, perderá sin remedio parte de su encanto. Eso es, repito, lo que predicen quienes ahora se afanan en industrias y universidades de Japón, Austria, Inglaterra, Francia, Holanda, Estados Unidos, Canadá o Singapur por crear pieles ´inteligentes´, androides con sentimientos y tecnologías capaces de asimilar ciencia ficción y realidad... Ya veremos.