Cuándo se llega a eso? Observo aterrado, en una película que a veces parece un documental, cómo se entrena el ´BOPE´, una especie de ´geos´ brasileños. Algunos dicen con admiración que esta unidad de policía militar urbana que opera normalmente en las favelas de Río es la mejor del mundo. Tal y como la refleja José Padilha en su desasosegante ´Tropa de élite´, el BOPE da miedo. Entre encontrarse un traficante del lugar, desarrapado, despiadado y armado hasta los dientes; y un agente policial vestido de negro y con una caravela tatuada con un puñal clavado desde el occipital hasta la mandíbula, uno no sabe qué preferir, ya que ambos dan mucho miedo. Claro que, si uno se encuentra un policía común de la capital brasileña, por sistema corrupto hasta la médula -según queda reflejado en el sorprendentemente valiente film de Padilha-, tampoco es que alegre demasiado el hecho de encontrarse con la autoridad.

No más comienza ´Tropa de élite´ comprendemos cómo y por qué desde el mecánico o el tendero hasta un concejal o un comandante de la policía, casi todos, son corruptos. Cuando te metes dentro dan ganas de salirse de la película. O mejor, algo te advierte de que en cualquier momento tu lugar en el mundo, tu entorno supuestamente desarrollado y lejano, tranquilizadoramente occidental, ese entorno de aire acondicionado y butaca limpia y acolchada desde el que miras la pantalla como quien mirara un acuario de peces tropicales que se matan unos a otros, podría llegar a convertirse en un lugar parecido. Un lugar como Río de Janeiro, donde la tecnología llega a las favelas en forma de parabólica, o de ordenador portátil robado con enganche Wifi para conectarse a Internet desde lo alto de esos montes donde habita la miseria sin carné de identidad. Un lugar con parajes naturales maravillosos y grandes obras civiles, con una universidad desbordante de vida, con una cultura lúdica y una música admiradas en todo el mundo, y, sin embargo, es un lugar donde la policía pierde horas trasladando cadáveres de un distrito a otro para que cuenten en el negro haber de una comisaría que no sea la suya. Una policía que suma a su exiguo sueldo de perdedores del Estado lo que va cayendo del trapicheo permanente y de lo que cobran a algunos traficantes para mirar para otro lado. Una policía y una clase política -aunque algo ha cambiado con Lula- que no tiene ni las armas ni la valoración que tienen los cárteles. La ciudadanía lo sabe y la policía y los políticos saben que lo saben, y dándolo por sabido la nave va, aunque la tensión justicia-libertad estalla cotidianamente por los aires.

Y cómo se llega a eso, pues encajando poco a poco como normales pequeños sucedidos y actitudes políticas al respecto que sientan precedentes letales para la moral pública. Repasen nuestros periódicos, por ejemplo, y lo que vienen contando repetidamente los últimos años?