PP y PSOE no eran novios desde la adolescencia, pues en la pubertad -la transición democrática- les separaba su distinto origen, pero habían descubierto pronto lo mucho que les unía. Ambos creían en el sistema, y a lo más les podía separar un par de puntos arriba o abajo en el tamaño del sector público. De otro lado, fuese por convicción o por conveniencia electoral -que al fin y al cabo tanto da- los dos sabían de sobra que con los grandes colectivos sociales desfavorecidos (pensionistas, mujeres, jóvenes) era obligado llevarse bien, y muy peligroso tocarles un pelo de la ropa. Tampoco les separaba tanto en materia de moral y costumbres: apenas el nombre de las cosas. En cuanto a la idea de España, ambos eran en el fondo nacionalistas españoles, y transigían lo justo por pura matemática parlamentaria. Al reencontrarse, los dos debieron pensar: ¿cómo pudo pasar esto entre nosotros?