En la mesa de al lado, mientras yo apuraba el gin tonic de media tarde, una mujer y un hombre hablaban de intimidades sexuales. Ella le confesó que no podía hacer el amor (lo dijo así, hacer el amor) sin tener un chupete a mano.

-¿Un chupete? -preguntó el hombre extrañado, dando una honda calada a su Marlboro.

-Un chupete, sí, qué pasa.

-¿Un chupete de los de bebé, de los de toda la vida?

-Bueno, de los de toda la vida no. Me gustan más los planos porque se adaptan mejor a la cavidad palatina.

Juro que dijo "cavidad palatina", de modo que en ese instante no tuve más remedio que volverme para ver el rostro de la mujer. Tendría cerca de 40 años y era muy delgada y morena, con mechas de color blanco. Sus ojos eran más redondos que ovalados, lo que provocaba en su mirada una expresión permanente de asombro. El labio superior, muy fino, se había adaptado a la forma del chupete y dejaba ver las dos palas, algo separadas, quizá también por la influencia de la goma. Sin ser guapa, gozaba de un atractivo extraño, quizá algo enfermizo. De hecho, al imaginármela con un chupete de bebé en la boca me excité y pedí otro gin tonic porque el que tenía delante se había aguado con el hielo.

El hombre acabó su cigarrillo y encendió otro. Era uno de esos sujetos que chupan y muerden la boquilla como bebés. Lo sorprendente, con todo, es que le molestara la confesión de la mujer, a la que tachó, medio en broma, medio en serio, de "viciosilla". Entonces ella respondió que la única diferencia entre el chupete y el cigarrillo era que el cigarrillo se encendía. "El día que haya chupetes con luz", dijo, "muchos fumadores cambiarán el cigarrillo por el nuevo invento". El hombre pagó y se levantó con expresión de urgencia, como si hubiera olvidado algo.

-¿A dónde vas? -preguntó ella.

-A patentar el chupete con luz, antes de que nos roben la idea.

En esto me di cuenta de que yo llevaba un rato chupando, inconscientemente, un pedazo de hielo. El caso es chupar.