A la Federación de Gremios de Editores de España, promotores activos desde hace algunos años en media península ibérica de la campaña ´Lee en la playa´, hay que decirles que en las playas de Málaga, de los acantilados sabrosones de Maro a la Sabinillas elegantona, se lee. Hombre, no se leen los versos hondos de Homero, Aleixandre o Rilke, porque tal vez no sean justamente para el superficial verano, pero a fe que se lee. No con una dedicación concienzuda, y entonces admirable, sino entre zambullida y zambullida en el mar, o incluso entre el chapuzón en el agua para aliviar el sofoco del sol y el tinto de verano en el merendero para gozar otro tipo de sofoco, pues este sí tiene su punto de disfrute, mas se lee. Y no sólo las revistas del corazón, pongamos por caso ´Diez minutos´ ahora que el bañista tiene todo el tiempo del mundo para conocer la última hora del posible embarazo de Belén Esteban, ni únicamente los diarios deportivos para saber el penúltimo rumor sobre el parto montuno del fichaje de Cristiano Ronaldo. También, he aquí lo importante, de costa a costa malagueña se lee literatura de venta en librerías serias. ¿Qué digo yo de venta? De superventas. Sobre todo se lee, no hay más que asomarse a una playa o a una lista de los libros más vendidos para comprobarlo, el último best-seller de Carlos Ruiz Zafón.

Al igual que el tinto de verano del merendero, el libro destinado a ser un éxito de ventas se cocina en la editorial o en el coco del autor, o sincronizadamente en ambos mundos, pero siempre según una receta, la célebre receta de la abuela de los editores, con sus ingredientes fijos y sus toques personales. ´El juego del ángel´, la novela exitosa de Ruiz Zafón, responde muy bien al patrón: fresco urbano y algo tramposamente histórico de fondo, trama levemente policiaca, levemente amorosa y levemente irracional en primer plano, y estilo ágil, sin prisa ni pausa, profusamente dialogado, donde no pueden faltar cada diez o veinte páginas algunas de las siguientes palabras y expresiones: ´enjuto´, ´macilento´, ´vaporoso´, ´chasquear la lengua´ y, la auténtica reina del mambo del best-seller, la ´taza de humeante café´. En rima tan chusquera como se merecen, cabría escribir que si en estas novelas una simple taza de café no humea de antemano, malo, malo, malo.

Cocinado el producto novelesco, aún tiene que triunfar entre los comensales, también llamados lectores de verano. Mas si triunfa, ya tutti molti contenti: la industria editorial, que gracias a estos guisos va esquivando la crisis, los veraneantes, que se evaden de pensar en ella a la par que se felicitan por broncear su intelecto, y el autor, que se forra como un futbolista puntero y es por ello la envidia del gremio, aunque a menudo pide más: pide ser reconocido como un nuevo Cervantes. No, hijo, no. En verano, Georgie Dann se oye más que Beethoven, pero no es Beethoven; y Camela, ese pedazo de trío de timbre inconfundible e incalificable estilo, fusión de muchos sin aportar ninguno, denominado tecnorrumba, mola más que Mozart, pero no es Mozart, sino Camela. ¿Por qué todos queremos siempre más? Parece mentira que ni los autores forrados de la tecnoliteratura, que se lee entre espeto y espeto desde Sabinillas hasta Maro, estén satisfechos con su humeante éxito.