En el momento del amor y de la muerte (Borges), todos los hombres son el mismo hombre. Me costó trabajo admitirlo, dada su condición de juglar de los juglares antifranquistas, estando en el mercado folklorfascista gente como Jaime Morey y el Príncipe Gitano, pero una canción de Paco Ibáñez era la misma canción que todas sus canciones. Ya fuera letrillas de Góngora, Blas de Otero, Goytisolo (te sentirás acorralada, te sentirás perdida y sola, tal vez querrás no haber nacido). La voz de Paco calaba las emociones por inundación, como el compás de la lluvia de varios días en los cristales de las ventanas. Luego hubo otros: Victor Manuel me llegó a parecer una pesadilla y el abuelo Victor un coñazo. Moustaki, la misma fotocopia por las dos caras y Patxi Andión, un ataque contra los más elementales derechos de los consumidores de ruidos musicales y a veces ni siquiera eso.

En esta segunda estancia y tercera derrota de Javier Arenas entre nosotros me suele ocurrir lo que con Paco Ibáñez: que la canción es la misma canción, un retoque de la letra con el mismo rollo de la música. Se acordarán de sus duetos con Luis Carlos Rejón, cargados de electricidad dialéctica y titulares combativos. Un día se recusaba a un consejero, otro día se reinventaba a Montesquieu ("gobernar desde el Parlamento" y al tercero se anunciaba la inminente caída del régimen socialista, después de tantos años de incompetencia, burocracia y despilfarro. La puesta en escena llegó a tanta perfección que se alcanzó el momento en que no se sabía quién era el chico de la derecha y quien el chico de la izquierda comunista. Como pudimos comprobar después, en el caso de Luis Carlos Rejón, príncipe de las tinieblas, la confusión no era descaminada: nunca debió dejar la extrema derecha de la que había salido.

La obligada vuelta de Arenas a los escenarios de sus más señeros y triunfales batacazos electorales, sorprende por la escasa innovación del repertorio. Tenemos la misma burocracia, la misma incompetencia y la misma bulimia de alto cargo que hace catorce años. Y aunque en lo del despilfarro le ayuda la crisis económica, su reiteración abusiva de la nota en todos conciertos, hace inverosímil que Chaves sea de verdad el culpable del precio del crudo en los mercados financieros.

Como quiera que Rejón ya no está por fortuna políticamente entre nosotros, Arenas se derrite para que acabe de sonar de la misma manera. Ahora el comunista de referencia es Valderas, que se sabe más que de oídas la copla de la pinza (fue presidente del Parlamento con los votos del Partido Popular), y está cogiéndole el tono. Es fama en Arenas su habilidad para hacer fuegos artificiales sobre problemas que no existen y convencer a los comunistas de que sigan su flauta con entusiasmo.

Ha ocurrido con Blas Infante y el uso desvergonzado de su hija para un pleno que todo el mundo sabía que no se iba a celebrar en ningún caso. Valderas, en vez de recordarle sin carantoñas a Javier Arenas que su partido gobierna en muchas capitales y pueblos donde las calles llevan todavía y a pesar de la Ley de la Memoria los nombres de los asesinos de Blas Infante, ha preferido salir a cantar en la fiesta, arrastrado por una vieja (y perdedora) nostalgia.