Qué gusto contemplar a Zapatero y a Rajoy en amable confraternización. Qué detalle tuvo el presidente: bajó las escaleras de Moncloa para recibirle a pie de coche, como si fueran amigos de toda la vida, como cuando uno, el gallego, era Ministro de Administraciones Públicas y el otro, el leonés, diputado portavoz del PSOE en la comisión correspondiente. Allí se hablaban y se daban bastante cera, aunque de manera amigable.

Casi parece que los cuatro años anteriores no hubieran existido. Casi nos engañan, los dos, y nos hacen olvidar que el afable pontevedrés dirigió, lideró e instruyó a una caterva de diputados populares que lo más bonito que le decían al Presidente del Gobierno de España en las sesiones de control de los miércoles era "asesino" y "vete con tu abuelo" (el capitán Lozano, militar republicano, abuelo del presidente asesinado por los golpistas en 1936, por si alguien todavía no lo sabe). La política es así, sobre todo si quieres ser alguien en ella: tienes que olvidar hasta que te han mentado a la madre, si quieres ser algo o si crees de verdad que desde la responsabilidad de lo público se puede ayudar y servir a los ciudadanos.

El Presidente Zapatero repite con insistencia que cualquier ciudadano/a de este país, mayor de dieciocho años, podría ser presidente, por lo tanto lo suyo no tiene ningún mérito. Miente: lo suyo tiene demasiado mérito, aguante, paciencia y tolerancia. Está bien: a Rajoy le han votado diez millones de personas y a Zapatero once, ¿y eso da derecho al borrón y cuenta nueva, a creerse un PP de nuevo centrado, pactista y responsable? No, aunque ZP ponga buena cara. La derecha de este país no se merece ni un segundo de respeto más allá de la corrección democrática: la misma que le hace perder en las urnas lo que quiso ganar en las calles con los roucos, kikos, alcaraces y demás familia. La misma que le debe ayudar a Mariano y/o Rajoy (Blanco dixit) a desprenderse de los coros mediáticos que le acompañaron y azuzaron y ahora le quieren matar.