La mirada al cielo revela haber crecido sin golpes. Pero también sin experiencia, eso que se aprende cuando no se consiguen los sueños. La mirada altiva es otra cosa, y puede subdividirse entre la de los nuevos ricos que retan a los otros a descubrir que detrás del taco de quinientos euros siguen siendo lo que eran: nada más, e incluso menos, que los demás. Y la de quienes, como Scarlett O´Hara en ´Lo que el viento se llevó´, juran que nunca más volverán a pasar hambre, mientras mastican la tierra que están dispuestos a tragar para conseguirlo. La crisis ha traído y traerá aún más (Solbes dixit, por fin) miradas altivas de ambas clases, y mantendrá las que miran al cielo intocables.

Volviendo de la boda del actor Antonio de la Torre, en la antigua mezquita de Almonaster La Real (donde amigos de aquí y de allá de su geografía vital nos reunimos para defender la alegría de su compromiso civil con su chica Rosario), nos desviamos desde la sierra de Huelva hasta Sanlúcar de Barrameda (Andalucía es tan fascinante y diversa). En el Bajo de Guía sanluqueño, frente al coto de Doñana, donde antes descargaban los barcos su pesca, comimos en el magnífico restaurante ´Bigote´, donde Fernando, su alquimista, me regaló un abrazo de amigo de otros periplos vitales compartidos. Fue este lunes, y las dos plantas del impresionante local y la vieja taberna que enfrenta la playa estaban llenas. La clientela de uno de los templos gastronómicos andaluces es de mirada a las alturas y escupe sólo en el ´water close´, por lo que no sabe que el suelo está lleno de hormigas descarnando a un cigarrón para llevárselo aún vivo, trozo a trozo, al hormiguero. Para ellos sí que no existe de verdad la crisis, ni la palabra siquiera.

Al margen, los unos de mirada altiva siguen escupiendo al suelo, sin bajar los ojos al hacerlo, ni cuando se les cruzan aquellos a quienes salpica su recién estrenado orgullo de oportunista especulador que no ha generado riqueza alguna. Los otros no perderán el tiempo enfrentándose a éstos ni a nadie, y buscarán con uñas y dientes no caer en la desesperanza y se echarán la mochila de los suyos como un motor y no como un lastre para salir adelante como sea; es lo que llevan haciendo durante siglos los inmigrantes, e hicieron muchos de nuestros padres, y ahora harán miles de padres de los que vendrán a hacerse cargo de esta realidad expoliada de oportunidades que hemos perdido.

Pero la mayoría mira ya hacia abajo cuando anda. Y al hacerlo, la respuesta de lo ocurrido se le aparece en cada losa que pisa. En cada acera nueva de expansión urbanística, desigual, colocada con recortes de otra obra y ya levantadas por los bordes como si el boom del ladrillo hubiera explotado como un terremoto. Y en cada isleta manchada de verde tímidamente, con un césped que no aguanta el verano, abandonado y con escasos árboles, plantados escuálidos para no mermar el beneficio brutal obtenido por algunos.