Una de las características fundamentales de la moderna modernidad es su infinita capacidad de parir tonterías, de dar a luz bobadas y de poner en el candelero cualquier soplapollez, por grande que esta sea. Una de las más en boga es la de pedir disculpas. Y no es que este escriba esté por la labor de hacer añicos las normas de cortesía y bien estar. Lo que estoy, y mucho, es en contra del cinismo y de la desvergüenza con la que hoy te atracan, en público o en privado, y te piden disculpas a continuación, por citar sólo un ejemplo. Esta auténtica gripe disculpina está de momento limitada a los llamados países desarrollados. Y entre ellos, la corrupta y decrépita Europa la primera. Así, en la bienvenida a menos Gran Bretaña de las narices, te pisan un callo a la entrada de las rebajas de Harrod´s o te meten el paraguas en un ojo en el metro de Picadilly y con un simple ´sorry´ vas que ardes. Allí que te quedas con tu callo tumefacto o con tu ojo vaciado. Si hablamos de nuestros vecinos del piso de arriba, ni te digo. Estos dejan escapar un etarra o te vuelcan un camión de fresas y por toda explicación te espetan un ´pardon´ y a otra cosa, mariposa. Y siempre en el mejor de los casos. Son así de tiernos. Desde Luis XIV hasta ´monsieur le president Sarkozy´, Sarko para los amigos, todos iguales, patadas a las espinillas van y vienen, las disculpitas de rigor y corramos un cínico velo. En los países que aún no han gustado de las excelencias del desarrollo tipo megacrisis, archidepresión y superfollón de no saber nadie por donde tirar, no; en estos lugares cuando el vecino no te deja dormir o se ha comido un metro de la linde de tu huerto, le avisas una vez; la segunda ya es directamente con la hoz de segar o con el azadón de arar. Aquí no hay cuentos ni milongas que valgan.

La memez esta de la disculpitis ha llegado a cotas verdaderamente paroxísticas. Y así vemos a reyes, papas y jefes de estado pidiendo disculpas a no se sabe bien quién por lo que hicieron sus antepasados hace quinientos o mil años. Así, hay quien anda detrás de todos nosotros para que pidamos disculpas por lo que hicieron o dejaron de hacer, vaya usted a saber, en América hace quinientos años los chicos de Hernán Cortés, Pizarro o Trujillo. Yo propongo que formemos una asociación de damnificados por las legiones romanas y le exijamos a Berlusconi que nos pida disculpas a nosotros, a los herederos de aquellos campesinos hispanos que sintieron la bota romana sobre sus gaznates. Por pedir que no quede. El último rebrote de esta gripe tontuna y necia la hemos tenido esta semana en Ronda; en la queridísima ciudad del Tajo, de Pedro Romero, de la saga Ordóñez, de la Real Maestranza y de tantas cosas buenas y bellas. Hace unos días, en un pleno del ayuntamiento el alcalde insulta a la portavoz del PP y, cómo no, horas o días después se disculpa y nada, monada. Vaya por delante, porque aquí hay que enseñar el DNI antes de escribir o respirar, pobre España, que no sé ni como se llama la señora concejala popular y vaya también que tampoco voto a su partido. Mi batalla personal va por meterle a esta casta política vaga e inútil una abstención no inferior al ochenta por ciento. Todo lo que vaya por debajo de eso lo considero un fracaso cívico.

Yo, por mi parte, aprendiendo que es gerundio, estoy pensando en dedicarme a asaltar bancos y a entrar a saco en los ´super´ y pedir después disculpas a sus empleados y rectores. Espero que la casta mandante que tan mal dirige nuestras vidas y haciendas sea comprensiva conmigo y no me manden al fiscal y a la poli. Espero que me traten igual que ellos a sí mismos se tratan: con absoluta impunidad. Es sólo cuestión de disculparse.