El triunfo de la selección española en la última Eurocopa y el de un equipo español en la ultimísima Champions League, ocurridos en el periodo de once meses, con la monumental repercusión que ambos éxitos deportivos han tenido del uno al otro confín ibérico, dan pie a ciertos analistas a concluir que el fútbol está ahora de actualidad en España. ¿Ahora? Otros analistas, menos enteradillos, o tal vez mejor enterados por más memoriosos, aseguran que ha estado de actualidad siempre. En verdad les digo, al margen aún de cualquier juicio de valor, que un leve repaso sociológico al devenir de nuestro país desde principios del siglo XX hasta el pasado jueves de mayo lleva a la conclusión irrebatible de que el balompié es el opio, la marihuana, el carajillo, el pelotazo y el redbull del pueblo, todo incluido. ¿Pan y circo forever? Va a ser que sí, pues los triunfos futboleros nos quitan tantos pesos de encima que, a falta de euros, acaban dándonos alas.

La razón de esta sinrazón tiene muchos padrinos. Algunos de ellos, incluso, marca de la casa Corleone. Sin embargo, conviene no olvidar que se trata de un juego, elevado a la categoría de deporte, altamente imprevisible, cimentado en una habilidad contra natura, la de dirigir los vaivenes de una pelota con los pies y la cabeza, y por ello, dependiente en buena parte de los caprichos del azar. He ahí, sin duda, el quid de la cuestión. Sólo así se explica que un chiquillo argentino que no llega al metro setenta se eleve entre dos tarajallos británicos, golpee un balón con la testa, lo introduzca en el marco del equipo contrario y, merced a ese gesto simple, otorgue el don supremo de la felicidad a millones de personas. De esa notable extravagancia nacen entonces un ciento de extravagancias, desde la peregrinación fervorosa de un grupo de aficionados al pueblo natal de Josep Guardiola a la divina calificación, por parte de Emilio Butragueño, de Florentino Pérez como ´un ser superior´. Desde luego, hay actitudes que nos superan.

En fin, ¿quién puede estar en contra de que la gente disfrute, casi levite, a su pintoresco modo? Un señor místico y un hincha con seny llegan al éxtasis por distintas vías, pero lo cierto es que llegan. Y ya se sabe que no hay que llegar primero, sino saber llegar. Viva la vida alegre y divertida, también cuando la diversión consiste en flipar contemplando a un tipo en pantalón corto metiendo un balón dentro de una portería. Lástima que el culto al fútbol ocasione a la sociedad daños colaterales de diversa índole, sobre todo el de servir de caldo de cultivo al despilfarro, al chanchullo y al fanatismo, al tiempo que de mediocre ejemplo a la juventud. Hace poco supimos que, a diferencia de los futbolistas, que cada vez empiezan antes su carrera y con mejores sueldos, los universitarios malagueños acaban la suya cada vez más tarde y con peores perspectivas laborales y económicas. Los que la acaban. Sería un despropósito culpar al fútbol de este hecho, pero, entre un cúmulo de desatinos colectivos, cabe subrayar el de que encumbremos hasta la categoría épica de héroes a quienes su gran virtud reside en manejar los vaivenes de una pelota con formidable destreza sobre un campo de césped, esa alfombra verde de la gloria.