Verán, soy de los que llaman por teléfono. No es que me guste hablar a través del aparato, no, sino que marco el número de la limpieza cuando un mal vecino abandona muebles sobre la acera, o el de los bomberos si se produce una explosión de butano, por ejemplo, y también llamo a la policía, no por gusto, sino que a veces considero como ciudadano que deben intervenir en ciertos asuntos. Los agentes ostentan una placa, uniforme, porra y pistola. Si a mí me dieran los dos últimos instrumentos no necesitaría rogar su auxilio, pero como así nos hemos organizado, pues eso, llamo al 092 cuando entiendo beneficiosa su inmediata presencia. El sábado por ejemplo, pasó la procesión del Rocío por mi barrio y ante los sones, dos señoras jóvenes se asomaron a su ventana. Un grupo de niñatos las vio y estuvo más de treinta minutos chillando frente a su balcón cuanta obscenidad se les ocurrió. Entre un insulto y otro daban golpes a los coches aparcados con una pelota. "Rubia, sal que verás lo que te voy a hacer". "No cierres la ventana, rubia". Vivo en una plaza y los gritos resuenan en exceso. Una escena digna de película casposa de los años setenta. Ante lo que juzgué como vejaciones a unas mujeres, llamé a la policía. Sábado 18.20 horas. Nadie vino. La situación humillante se solucionó porque aquellos salvajes arrojaron una piedra a la terraza y la misma barbaridad les infundió miedo.

Pero ya les digo que soy de los que llaman. Hace dos semanas avisé de que frente a casa había una pelea en la que una señora mayor pedía socorro a la policía. Permanecí en el balcón hasta que los contendientes se disolvieron quizás por conciencia de que aquello llegaría a más. La policía municipal es tan efectiva que arregla los problemas con sólo su invocación metafísica. A veces incluso resuelve el caso a simple vista. Hace diez años, un amigo colaborador de este periódico indicó a un municipal que un niño tiraba enormes cohetes durante cierta celebración religiosa, y portaba muchos más bajo el brazo. Tras una rápida mirada el agente le contestó que se trataba de un enano, no de un menor. En ocasiones, precisamente su condición policial impide que actúen. Ante las protestas de los vecinos de Nueva Málaga a causa de las carreras con motos que un grupo celebraba por aquellas calles, los responsables policiales confesaron que allí patrullaban muchos agentes, pero de paisano y por eso no intervenían. La policía municipal no funciona desde hace tiempo. Sus responsables parece que estén de vacaciones entre feria y feria. A breve golpe de memoria, unos gamberros mataron a los patos del parque a veinte metros del Ayuntamiento, en sus puertas robaron en el coche de una Ministra, a sus alrededores los gorrillas extorsionan, por toda Málaga contempla el paseante barbaridades incívicas. ¿Y la policía municipal?