Con la campaña para las europeas volvemos a lo que tantas hemos hemos señalado: el continente es una especie de sociedad comercial sin ningún proyecto político.

En el combate contra las enfermedades más peligrosas los investigadores buscan afanosamente un ´diagnóstico precoz´, para abrir camino a un tratamiento apropiado o a la búsqueda de una vacuna. En España hemos tenido un diagnóstico precoz de la crisis inmobiliaria pero no sirvió para nada. Hemos tenido diagnóstico precoz de la corrupción de la clase política pero se hizo poco y nada por extirparla. Con la ausencia de un proyecto político europeo pasa lo mismo: hace tiempo que hubo señales inequívocas de que se estaba imponiendo toda una estructura, que en gran parte nos gobierna (casi las dos terceras partes de nuestra legislación está condicionada al ´poder europeo´), sin que exista control democrático de ese proceso. Nunca se consultó a los ciudadanos acerca de un auténtico proyecto ("designio de hacer algo, intención…", dice el diccionario) sino que se nos impusieron hechos consumados.

Pasado el diagnóstico precoz, hubo señales inequívocas de que la enfermedad avanzaba: desde aquel famoso ´no´ francés y holandés hasta el reciente ´no´ irlandés, en tanto el enfermo engordaba escandalosamente (absorbiendo con gula al Este hasta llegar a la Europa de los 27). Una y otra vez se pudo ver al paciente devorado por el mal pero absolutamente resistente a aceptar siquiera que la enfermedad existiera: ´anosognosis´, se llama esa imposibilidad de reconocer la propia enfermedad (algo que ya se considera, en sí mismo, como una enfermedad).

En el Reino Unido, los escándalos de corrupción están destrozando a la clase política y los laboristas están cayendo en picado. Si los conservadores vencen, es probable que rompan con el Partido Popular Europeo y necesiten aliarse con partidos de extrema derecha para formar grupo propio europarlamentario. Se teme que, además de alejarse la posible incorporación británica a la zona euro, ese camino pueda llevar a Londres a romper con Europa.

Como un parche tardío para esa enfermedad ya tan avanzada, el aún no nato Tratado de Lisboa amplía algunos poderes al Parlamento Europeo. Pero en el propio Parlamento Europeo se denuncian casos de corrupción. Un reciente informe sobre esto se ha intentado ocultar, aunque no lo lograron del todo. El historiador británico Henry Kamen ha escrito un demoledor artículo donde enumera los sueldos y privilegios de los parlamentarios europeos, que parten de un salario de 7.000 euros al mes pero que pueden reclamar también otros ´complementos´: una asignación de 117.000 euros, otra para contratar personal de 489.000 euros, gastos de administración de 243.120 euros, gastos de viajes de 60.000 euros… Según cálculos hechos en Alemania, la media de las distintas retribuciones suele superar los 14.000 euros mensuales, bastante más –dice Kamen– que lo que gana la señora Merkel. Para llegar a tal cifra a veces se contrata a trabajadores ´fantasmas´, o se elude el pago de IVA, o se pide la asignación de 298 euros por asistencia diaria, partiendo después, sin asistir a la reunión así premiada, a pasar un relajado ´finde´.

Con este panorama bien puede decirse que son ´eurosparlamentarios´ (por tantos euros como reciben) y que están bien vacunados contra la ambición de querer cumplir un papel político destacado. Viendo los catastróficos pronósticos sobre la posible abstención del domingo (¿se estarán exagerando para después decir que ´no fue para tanto´?) dice un comentarista que los previsiblemente pocos votantes irán a las urnas por "disciplina democrática". Personalmente, me parece que, habiéndonos sido birlado todo control democrático sobre la UE, la ´disciplina democrática´ sería no votar.