Alberto Núñez Feijóo aterriza en Madrid, en el aeropuerto que el Forum Nueva Economía establece en el Ritz. El alcalde de la capital del Reino lo presenta, y expone un inteligente elogio sobre la juventud y el centrismo, es decir, que Alberto Ruiz Gallardón conoce a la perfección la fórmula de elogiarse a sí mismo elogiando a los demás.

No me gusta encargarme de la crónica social, pero el salón era un florilegio de antiguas glorias y esplendorosos presentes del Partido Popular. Por ejemplo, Manuel Fraga Iribarne, junto a María Dolores de Cospedal, hundía la barbilla, cerraba los ojos y se concentraba profundamente escuchando al orador. Cualquier malicioso diría que estaba dormitando, pero Fraga no creo que dormite, y nunca apoyó la cabeza en el hombro de su compañera de mesa. Ana Botella lucía un peinado muy vistoso, y estaba discreta. Tanto como Federico Trillo Figueroa, que no está pasando por sus mejores momentos.

Pero vayamos a lo mollar. El presidente de Galicia hizo un discurso que hubiera estado mejor en el Club Siglo XXI. Los asesores no dieron en el clavo. Le faltan en la caja 1.200 millones de euros, que ni recaudará, ni caerán del cielo, ni se los dará un hada madrina. No es simpático, no es guapo, y uno dudaría embarcarse en un viaje de más de dos horas con él, pero parece serio y riguroso. Hablando de barcas y barcos pronunció las verdades del barquero: que a las comunidades ricas no les conviene una España pobre y, siendo presidente de una comunidad histórica, se atrevió con la obviedad que los demás eluden: una comunidad, sin el Estado, no es nada.

Tiene las cualidades que exigen las multinacionales: joven y con experiencia. En cuando los asesores distingan la diferencia de público aterrizará con mejores resultados, y sabrá que, en Madrid, las cenas son largas, pero los almuerzos son cortos.