Es un sino, un destino imbatible. Dicen que está unido a los frentes políticos enfrentados a sus diferentes percepciones de la realidad. Las izquierdas gobernantes de la región andaluza a las derechas del Ayuntamiento de Málaga. No es exacto. Si los primeros son gobernantes desde el inicio de la moderna democracia española, los otros llevan doce años. Los anteriores dieciséis, aquel alcalde fue del mismo signo político. Entonces mucho, sobre todo al final de su mandato, y ahora muchísimo, las voces del diálogo sobre Málaga fueron y son disonantes.

Las rencillas políticas se convierten en demoras administrativas. Se rechazan documentos porque falta una coma. Se envían cartas que se pierden en la maraña burocrática sin acuse de recibo. Se llega a un acuerdo preliminar, que se rechaza después por un informe técnico de última hora. Se dan la mano para la instantánea de Feria por la mañana, para deslizar la daga de una declaración contraria por la noche. Eso sin contar que, de llegar a un acuerdo, habrá que medir los lapsos electorales y las perpetuas discusiones de los innumerables detalles administrativos y presupuestarios.

La puesta en escena es interminable. Un obra que se representa sin un final feliz. Los actores entran y salen de la escena mediática. Hablan para un público ausente que ya no asiste al teatro. Son como los mítines de la europeidad, donde ni se habla de Europa, ni se convoca al electorado indeciso. Un discurso vacío de contenido, pero repleto de lemas, promesas imprecisas y farragoso futuro. Después, nadie hablará del sesenta por ciento o más de abstencionistas.

Málaga sigue esperando a que algunas ideas, algunos proyectos se hagan realidad. La casa hay que empezarla por los cimientos. Un crecimiento democrático comienza por su propio desarrollo. El sistema tiene que ser suficientemente capaz de demostrar su madurez. Si el Estado central se ha desmembrado hacia los gobiernos autonómicos (por eso se llaman así), éstos no ha hecho lo propio hacia los municipios. Ahí está la clave del control político de la situación.

Por otra parte, lanzar ideas producto de una iluminación momentánea es el camino hacia ninguna parte. Las ideas pueden ser brillantes, emocionantes, pero de difícil o imposible solución. Las verdaderas buenas ideas son aquellas que no se quedan en la metáfora, sino en los hechos concluidos. Sobre todo si la ciudad los reclama, los necesita y se lo merece.

Málaga no es una ciudad menor, pero ha vivido con un síndrome de segundona. Ya no lo es de ninguna manera. Consulte los datos sobre crecimiento demográfico, de comunicaciones, de desarrollo económico, de motor turístico, del valor agregado de muchos de sus profesionales y técnicos, que le dan lustre y esplendor. No es que haya que tapar los defectos, muy al contrario, conociéndolos se podrán desechar.

Pero Málaga no pide lo que no se ha ganado. Sólo necesita mejorar y adecentar dos de sus principales vías de comunicación urbanas, que no le escamoteen unos terrenos usados por el Ejército, que su equipamiento cultural crezca, que el mar litoral esté limpio, que no le quiten lo que ya tiene, entre otras cosas; y que, para todo ello, los recursos económicos fluyan de arriba hacia abajo. ¿Será tan difícil?