El próximo domingo, 375 millones de ciudadanos de 27 países tenemos cita con las urnas para votar al nuevo Parlamento Europeo. Se dice pronto: 375 millones de votantes son algunos más que aquellos 300 millones de telespectadores a los que aludía el programa de José María Íñigo, que cuando yo aún era bebedor de Mirinda, trataba de hermanar al mundo hispanohablante a través de actuaciones musicales de variada fortuna. En Europa teníamos ya entonces el festival de Eurovisión, una de las grandes citas televisivas del año, no tanto por las canciones como por el ardor patrio que se desataba en el momento de repartir los puntos.

Mis hermanas y yo, incapaces de entender los entresijos de la alta política, nos tiramos de los pelos aquel año en que a Betty Missiego le arrebataron el primer puesto en el concurso los propios jueces españoles, que cerraron la votación regalándoles diez puntos a los representantes de Israel. Corría el año 1979. Israel acogía por vez primera el festival, y la melodía de los estribillos se mezclaba con el estallido de las bombas. Aquel año Turquía boicoteó Eurovisión negándose a pisar suelo israelí. Hoy, los turcos siguen aguardando que se les abran las puertas de la Europa de los 27, de la que, todo sea dicho, tampoco Israel forma parte.

Pero, si resulta relativamente fácil extraer análisis geopolíticos de los resultados de Eurovisión, más difícil lo tiene la ciudadanía europea convocada a las urnas el día 7 de junio para concretar una idea de Europa. Conscientes de la falta de pasión de los votantes ante esta cita, nuestros políticos se afanan en intentar que hagamos un hueco en la digestión de nuestra paella familiar, expedición playera o estoico sufrimiento de la resaca del sábado noche (en mi caso) y nos acerquemos a los colegios electorales, y para ello esgrimen con ardor redoblado sus viejas cuitas domésticas, y en lugar de enterarnos de qué va la construcción europea, tenemos dosis extra de ley del aborto, de gripe porcina, de acusaciones de corrupción, de ´y tú más´. Veneno ibérico: todo vale con tal de intentar excitar las tripas, que es con lo que al final votamos la mayoría de los españoles, a falta de otros criterios.

De la Unión Europea conocemos poco, y lo que haya que saber no debe de ser muy interesante para nuestros políticos, a juzgar por el poco esfuerzo que hacen en explicarlo. La Oficina de Información Europea de la Diputación ha publicado esta semana un estudio acerca del grado de conocimiento y de la opinión que tienen nuestros jóvenes de la UE. Los resultados son cuando menos curiosos: el 73% de los jóvenes malagueños confiesa desconocer las políticas que desarrolla la UE, aunque el 60% afirma sentirse orgulloso de pertenecer a Europa. Los jóvenes otorgan su máxima valoración al Parlamento Europeo, pese a que desconocen sus funciones, y desean una construcción europea más rápida, aunque ignoran en qué consiste. Al final, estos candidatos que nos ha tocado sufrir tienen un elemento a su favor: la fe es ciega. Pero, ¿Es la fe el material de construcción adecuado para levantar una Europa de los ciudadanos?