Se supone que, en democracia, los políticos estamos para defender los intereses de los ciudadanos, que cada cuatro años delegan en sus representantes la toma de decisiones. Sin embargo, según el último barómetro del CIS, la clase política se ha convertido, a día de hoy, en el cuarto problema para los españoles. Y eso es algo que me parece lo suficientemente grave como para que los que nos dedicamos a la vida pública hagamos una profunda reflexión. Algo está fallando desde el momento en que los políticos, que estamos para solucionar los problemas de los ciudadanos, nos convertimos en uno de sus principales problemas. La solución convertida en el problema, el mundo al revés.

A mí personalmente me da vergüenza esta situación. Somos muchos los diputados, senadores, parlamentarios y, sobre todo, concejales y alcaldes, que nos dedicamos a la política como vocación de servicio a los demás e intentamos, con nuestro trabajo diario, mejorar la vida de la gente de nuestro barrio, de nuestro pueblo, de nuestra provincia, de nuestra Comunidad o de nuestro país. Porque entendemos que estamos aquí para eso. Muchos lo hacemos de forma desinteresada y otros incluso arriesgando la propia vida, bajo la constante amenaza terrorista. Y estoy convencido de que la mayoría de nosotros sentimos una gran indignación ante esta situación de desprestigio y descrédito a la que nos están llevando unos cuantos caraduras que están aquí para enriquecerse o para agarrarse al sillón a toda costa, viviendo del cuento. No son muchos, si los comparamos con los aproximadamente 70.000 cargos electos que hay en toda España (la inmensa mayoría concejales), pero en los últimos meses están saliendo a la luz bastantes casos, los suficientes para que los medios y la sociedad generalicen en la clase política.

Al fin y al cabo, la clase política no es más que el reflejo de la sociedad: sinvergüenzas hay en todas partes y en todos los ámbitos, pero también hay mucha gente buena. Sin embargo, en la vida pública estás continuamente en el escaparate, por lo que ese tipo de cosas se ven más. Y me parece bien que estemos más expuestos, pues para eso estamos representando a los ciudadanos. Por eso considero mucho más grave, desde el punto de vista ético, una actitud delictiva en un representante público que en otra persona de cualquier otro ámbito, porque el político debe responder ante los ciudadanos, ya que para eso lo han elegido y en muchos casos controla el dinero público. Y el dinero público es de todos, no de nadie, como dijo alguna.

Pero, ni todos los políticos gestionamos dinero público, ni me estoy refiriendo sólo a la corrupción, sino también y sobre todo, al alejamiento de algunos políticos con respecto a los problemas de la calle. Muchas veces se entra en debates que no interesan a nadie, olvidando las preocupaciones reales de la gente, o quizás precisamente para que se olviden, distrayendo así la atención. Otras, incluso, se ponen los intereses personales o partidistas por delante del interés general. Y aquí no estamos para defender nuestros propios intereses, sino los intereses de los ciudadanos, que para eso nos han elegido, aunque a algunos se les olvide.

Quiero aprovechar estas líneas para criticar duramente a esos que vienen a la política a robar o a sacar cualquier tipo de beneficio personal; es una actitud inadmisible para la que no cabe más que la tolerancia cero y que contribuye a desprestigiar y a desacreditar a la clase política de este país. Porque aquí estamos para servir a los ciudadanos, no para servirnos a nosotros mismos. Por eso también quiero aprovechar para romper una lanza a favor de los que estamos aquí por vocación, porque entendemos la política como servicio al ciudadano y porque queremos contribuir, con nuestro trabajo diario, a mejorar la sociedad en la que vivimos. Porque no somos todos iguales.

* Diputado del PP en el Parlamento Andaluz