Con pasta hay pastel y con pastel buena digestión. Entonces se ve al cineasta feliz, chorreando glamour. Cuando la pasta se corta, el gesto pasa a ser el del indigente, al caer en la cuenta de que si vive no es gracias al gusto del público, sino al gasto del sujeto pasivo. No es crítica a las ayudas, que hacen falta, sino al desparpajo y autosatisfacción del gremio cuando está ahito con cargo a la beneficencia. ¿Por qué no vende el cine español? Factores varios, claro, pero ¿no será uno que no nos gusta lo que somos, siendo sobre todo el cine espejo en el que vernos? En el fondo nos gustaría ser americanos, con un toque de clase inglés y, a ratos, acento francés. Ese cine nos va. Otro factor es que hay poca colaboración y mucho genio. La industria es otra cosa: de un taller tomo una idea, de otro el guión, de otro la plástica, etcétera, y un director dirige. Lloren menos, piensen más.