Es posible que la misma persona que estos días ha efectuado un donativo para Haití esté de acuerdo con restringir el empadronamiento a los inmigrantes ilegales. Las tragedias, mejor cuanto más lejos. Esto es característico de una cultura que encierra a los ancianos en guetos, que niega la muerte (nadie, excepto el perro, fallece ya en casa) y que no tolera, en fin, el sufrimiento a menos de 500 metros de su puerta. Negar el empadronamiento, como todo el mundo sabe, no significa reducir el número de inmigrantes. De lo que se trata, pues, es de reducirlos a una invisibilidad imposible, pues seguirán deambulando de un lado a otro de las ciudades europeas como muertos vivientes. Se trata, en fin, de una ilusión. Tampoco esconder a los ancianos evita la vejez o poner las capillas ardientes de los fallecidos en el extrarradio de las ciudades nos libra de la muerte. Pero nos gusta trampear con la realidad, a ver quién engaña a quién.

Qué se la va a hacer, es nuestra naturaleza. El mismo individuo que se conmueve al ver por la tele una desgracia que sucede a miles de kilómetros, demuestra una falta de piedad increíble contemplando a una familia sin techo en una esquina de su barrio. Las emociones se han convertido también en un producto de consumo. Quiere decirse que hemos aprendido a administrarlas como se administra la consola de videojuegos. No se puede estar todo el día pendiente de la pantalla ni atado a inquietudes solidarias que provocan mala conciencia, así que dejen ustedes de empadronar a esos pobres que nos darían lástima si estuvieran allí, pero que nos provocan una irritación sin límites cuando se presentan aquí.

El hecho de empadronar no es tan heroico como algunos piensan. Significa sólo aceptar la realidad, una realidad que existe y actúa, la reconozcamos o no. Lo malo es que la negación de la realidad (una variedad solapada de la mentira) proporciona votos. Votos basura, desde luego, insolidarios, inhumanos, votos crueles, pero que a la hora de gobernar funcionan igual que los votos decentes. Y en esas estamos, en la captura de votos al precio que sea y por los medios más directos. Cuando la moral política entra en estas espirales de violencia, poco se puede hacer por frenar la barbarie. Pero por nosotros que no quede. Dicho está.