Miguel Gallego no nació en un escenario ni entre el ajetreo de las tramoyas. Tampoco es hijo de una de aquellas ilustres parejas de cómicos que hacían compañía para recorrer el mapa estepario de la cultura española. Pero desde que poco antes de 1975 reunió a un grupo de amigos (Antonio Banderas, María Barranco y Antonio Meliveo entre otros) en el divertido aprendizaje de fabricar escenarios, vestuario y las voces de los textos, el teatro ha sido su constante pasión, su modo de vida y su ocasional dolor de cabeza a pesar de los esfuerzos económicos, de las envidias y de las críticas. Siempre lo ha tenido claro. Lo suyo era puro teatro, aprender los secretos de la dirección de su maestro Giorgio Strehler y a poner en escena la rica dramaturgia lorquiana. Con esos pilares vocacionales, tras formarse en grupos como La Caleta y Teatro del Mediterráneo, Miguel Gallego apostó en los ochenta por embargar su dinero abriendo un teatro, el Estable, en la Casa de la Cultura (aún recuerda que en esa época comenzaba el Teatro Lliure que se quejaba de que sólo tenía cuarenta millones de presupuesto anual). Por aquel sueño escénico pasaron muchos jóvenes actores, como Miguel Guardiola, que habían sido envenenados por las clases de dramaturgia de Miguel Romero Esteo y que aspiraban a codearse con los actores de las compañías que actuaban en el Colegio de San Agustín y en el Cervantes, en los comienzos del Festival de Teatro que acaba de cumplir 27 años. Una vez que la aventura del Teatro Estable acabó, Miguel Gallego –que llevaba a sus espaldas más de treinta y tres representaciones, llegando a veces a las veinticuatro en un mes y con su obra más, ´Acto Imprevisto´, representada durante catorce años entre otros textos de Moliére, de Sttopard, Arrabal o Darío Fo–, asumió la dirección de la Sala Romero Esteo del Cervantes. En esa época llevó a cabo una interesante programación alternativa y puso en marcha los matinales de teatro infantil los fines de semana. Unos años en los que también se encargó de llevar jóvenes compañías malagueñas a los barrios, mediante el programa La Carpa y posteriormente el de Red Málaga; hasta que hace dos años lo nombraron director de programación del Teatro Cervantes.

A lo largo de este tiempo, Miguel Gallego no ha dejado de viajar en busca de nuevos espectáculos y de disfrutar sin hacer comparaciones entre aquí y allá, decidido a que el teatro atraiga más público. Ese público que precisamente es el protagonista de las reflexiones que ofrecen tantas obras a las que no acuden. El eterno problema, el eterno debate del teatro en este país donde han desaparecido editoriales que apuesten por nuevos dramaturgos, donde la financiación de proyectos continúa exigiendo una odisea y en el que los currantes del teatro, como Miguel Gallego, Óscar Romero, Diego Guzmán, Rafael Torán, Juan Hurtado, Juan Manuel Lara, Antonio Navajas. José Antonio Sedeño, Gloria León y Paco Rodríguez entre muchos otros, se han abierto camino formando compañías, optando por la dramaturgia infantil, por los circuitos andaluces, por la innovación del lenguaje escénico, relacionándose con la danza o la experimentación, impartiendo formación en la Escuela Superior de Arte Dramático y alternando la interpretación en cortometrajes y series de televisión. Todos ellos han sabido resistir las pruebas del tiempo, las escasas subvenciones privadas y públicas, y el embate de las críticas no siempre justificadas. Cada uno de ellos, al margen de sus aciertos y de sus errores, ha contribuido a que el teatro no muriese en Málaga. Su esfuerzo merece el reconocimiento por sus trayectorias, por su empeño en seguir en la brecha, con la vocación llena de cicatrices pero en pie firme. Mientras su propio gremio deja de lado los egos para reconocerles su labor y la ciudad también lo hace, nada mejor que demostrárselo acudiendo al teatro.

De momento a cualquiera de las funciones de este XXVII Festival y a las que durante el resto del año tengan lugar en el Cervantes, en el Echegaray en la Cánovas. Es la única manera de que el teatro sea una necesidad y un placer cotidiano.