Cualquiera que no haya sido víctima del exterminio cultural de la Logse sabe que las islas Comores componen un archipiélago del Océano Índico que consiguió su independencia de Francia hace poco más de treinta años. Como cada isla quería mandar más que la otra, no se les ocurrió otra cosa que montar un estado de las autonomías. ¿Les suena? Tres decenios de convulsiones y de ruina pura y dura han llevado a los comorenses a votar una nueva constitución en la que han mandado a freír espárragos a las siniestras autonomías. El nuevo texto ha salido refrendado con más del 90% de votos favorables. Dato que habla por sí solo del estado de hartazgo que tenía la población del lindo estado de las autonomías. Están hoy los comorenses como perro al que le han quitado todas las pulgas. Felices y dichosos se vuelven a felicitar de haber nacido. Mientras, España, pobre patria infeliz, se desangra manteniendo un sistema de locos articulado sobre diecisiete gobiernos, diecisiete parlamentos y sobre centenares de miles de consejeros, consejos, consejillos, consejetes, asesores, asesorados, asesoradas y asesorades. Aquí está el centro del laberinto económico, aquí radica la piedra filosofal, la madre de todas las debacles económicas que se nos han venido encima. Aquí y no en la Seguridad Social, aquí y no en las pensiones, aquí y no en las espaldas de los trabajadores. Hay una cosa que apenas algunos podemos soportar y es que nos tomen por imbéciles. Cuando el gasto desbocado e incontrolado de las autonomías, unido al de ayuntamientos y diputaciones, con tropecientas mil nóminas a satisfacer cada mes, está llevando a la nación a un endeudamiento insoportable, hablar de recortes de las pensiones es una indecencia y un insulto a la inteligencia. Haced lo que queráis, que para eso tenéis el poder, pero no nos toméis por idiotas.

Y es que estamos en lo de siempre: leña al mono endeble, al indefenso. Apenas hace un año este gobierno de la señorita pepis le dio a la gran banca más de ciento cincuenta mil millones de euros para que no se sofocaran, para que no se descuajaringaran ante el alud de impagados que se les venía encima. Ese dinero salió del lomo de los trabajadores. Por supuesto que ni uno de esos euros revertió a ellos. Ahora son los trabajadores los que deben seguir sudando la camiseta para mantener la fiesta. ¿Cuántos políticos se han bajado los sueldos? A lo más que han llegado ha sido a congelarse las nóminas. Hombre, ya me dirás, con un país casi en deflación, como para subírselos. Héroes. Muchos trabajadores, no obstante, ya han visto este mes las nóminas adelgazadas con la subida del IRPF, dieron el adiós a los cuatrocientos euros de la limosna gubernamental, van a tener que trabajar hasta una semana antes de morirse y las pensiones se las van a calcular por los últimos veinte años trabajados. Un primor, sí señor, lo que se dice un primor de gobiernito al que no le da la gana de hincar el diente donde debe hacerlo: en el gasto público oneroso, prescindible, clientelista e indecente.

Paradigma de todo este pandemónium en el que nos han metido los incapaces y los inútiles, brilla con luz propia el Centro de Salud del Rincón de la Victoria en el que, durante casi una semana, no se ha podido atender debidamente a los pacientes porque se había estropeado un router. Decenas de miles de millones gestionados por la sanidad pública, extraídos de los trabajadores, no son suficientes para impedir estas cosas. Den por supuesto que ningún gerifalte con mando en plaza ha sufrido estas ´molestias´. Ellos lo tienen claro: la sanidad pública para los trabajadores, para ellos la privada o la pública con prebendas. Sabré yo.