La situación es insostenible, sí, pero sólo la política, que de lo demás salimos seguro si no perdemos el corazón de nuevo y mantenemos en su sitio la cabeza. Si un observador internacional ojeara el periódico, se sobresaltaría al leer que un concejal de un partido llamado PP llama a otro de uno llamado PSOE "chivatos de ETA" o "Gestapo" o incluso "menopáusica", y no como diagnóstico médico, claro está.

Rojos y azules

Ese observador se asustaría pensando que en Alhaurín de la Torre, en cuyo ayuntamiento se han proferido esas lindezas, están a pique de una guerra entre rojos y azules. Les recomiendo un libro del escritor norteamericano Kurt Vonnegut, ´Ya vienen rojos y azules´. En su obra utiliza la ciencia ficción como medio de cargar con negra ironía contra la estupidez humana. Su madre se suicidó, precisamente el Día de la Madre de 1944. Mientras su país estaba a punto de terminar una guerra mundial, ella terminaba con el mundo. En esa guerra su hijo Kurt era soldado. Lo que vivió le inspiró ´Matadero 5´, una novelita hecha de desperdicios humanos que no tiene desperdicio. Pero qué va, en la bonita Alhaurín de la Torre no llegará la sangre al Guadalhorce porque ya no hay, ni allí ni en toda España, ni rojos ni azules.

Marte malagueño

Si ese observador hubiera seguido algunos plenos del ayuntamiento malagueño, habría aventurado que algunas concejalas, en uno y otro lado de la baraja política, tienen cierta incapacidad a la hora de verbalizar educadamente sus exigencias. O si hubiese escuchado al alcalde quitarle importancia al tráfico de influencias de la delegada de El Palo por la poca cuantía de las subvenciones aprobadas para su asociación –aunque es verdad que no es un asunto de corrupción al uso–, habría pensado que la moral de lo público en este país ya sólo tiene precio pero no valor… O si ese observador escuchara el anacrónico estribillo en boca de algunos que se dicen de izquierdas desde siempre acerca de "la derecha rancia que no se baja del caballo andaluz", aunque quienes nos fustigan con ese latiguillo viven desde hace años como señoritos, creería un odio irreconciliable entre facciones que luego se saludan con normalidad.

Lectura estimada

Y Endesa ha vuelto a facturar a no pocos clientes, mediante una peculiar sucesión de lecturas reales y lecturas estimadas del contador –algo que permite la nueva ley de Industria–, el consumo eléctrico de tres meses en uno, para desesperación de no pocas familias por hacer frente a sus pagos mensuales. También yo, en el mismo orden de cosas, recibo llamadas en mitad de la cena, sobre las 22 horas, de teleoperadores comerciales de esa misma empresa o de otras gigantes de telefonía a quienes no parece importarles la utilización del que una vez fue el cliente que siempre tenía razón convertido ahora en un mero limón al que exprimir a la hora que sea, pero al que se le impide traspasar el mensaje aprendido del pobre teleoperador de contrato basura, si lo tiene, a la hora de pedir responsabilidades a la empresa en cuestión sin perder un tiempo que no tiene en ir a la oficina más cercana.

Pablo de Málaga

Un viejo en calle Nueva vende almendras. Me dirigía a escuchar a un Pablo de Málaga que no se llama Picasso, Pablo Pineda, ahora actor –nominado a los Goya que se darán mañana–, presentado por otro Pablo malagueño, el escritor Pablo Aranda. Apenas me había dado tiempo de comer al mediodía y tenía hambre. Recordé cómo cuando iba de niño de la mano de mi padre o de mi madre por la calle Larios, tan lejos del barrio, me gustaba que me compraran un cartuchito, de un papel blanco y resbaloso por el aceite, de almendras saladas. Todavía se venden. –Déme usted uno. Tome. Qué. Tome antes un par de ellas y las prueba por si no le gusta cómo están hechas o por si no están frescas, usted las va a pagar… Crujientes, nutritivas y sabrosas. Compré un cartucho por dos euros y me lo fui comiendo calle arriba. Me impactó tanto la respetable y vieja lógica comercial de ese hombre que recuerdo el sabor de sus almendras saladas como un abrazo en el paladar.

Hasta 2013

Almendras que se cosechan a pesar de las dificultades por las que está pasando el campo. Ayer en Málaga la consejera de Agricultura confesaba con preocupación que se ha perdido un 3,3% de renta agraria andaluza. No se cansó de recordar que del campo viven en Andalucía ni más ni menos que 630 pueblos, y que exigirá al ministerio que pelee la política agraria compartida de la Unión Europea para que, como ella dice estar convencida –aunque no parezca estar claro el asunto–, las ayudas se mantengan no hasta 2013 sino hasta 2020. Entre nuestros problemas recordó la atomización que hace, por ejemplo, que haya 700 vendedores de aceite para sólo cinco compradores a granel.

Porque hoy es sábado reconozco que no hubo tanta gente como merecía su campechana pero didáctica y rigurosa disertación. Quizá porque desde que se sabe que el congreso socialista será en marzo, y Griñán tendría al fin las manos libres no sólo para elegir futuros cabezas de lista sino para un cambio de gobierno, a Clara Aguilera y a otros consejeros se les da por amortizados. Yo no lo sé, pero sí que disfruté con la inhabitual claridad política de quien, como dijo Paulino Plata al presentarla, la lleva en su propio nombre. Y, para colmo, la consejera de la Junta saludó con protocolaria amabilidad al alcalde De la Torre. Algo que constato estupendamente raro, raro, raro…