Yo no soy de aquí, pero me siento de aquí, como tanta y tanta gente que ha ido llegando durante los últimos tres mil años. Es lo que tienen las tierras que se dejan elegir, que no te piden nada, ni siquiera te prohíben que levantes murallas. El tiempo forja a los pueblos y les da su idiosincrasia. Y a este pueblo el tiempo le dio la elasticidad del junco al que ningún viento doblegará jamás, aunque sea un viento de guerra. Y lo revistió de esa cosa tan rara llamada cultura, que viene de cultivo y que no es sino el poso que queda después de olvidarlo casi todo. Será por eso, seguramente, que das dos patadas en cualquier rincón de este solar y te brota en seguida un montón de sabiduría en estado puro.

Cuando, hace 30 años, a este pueblo le quitaron el pie del cuello y le dejaron decidir, eligió seguir siendo universal, anti fronteras porque lo lleva en la masa de la sangre desde tiempos inmemoriales. No había conciencia de historia cuando ya era destino de guerreros que ansiaban tierras donde aplacar su ira y aplicarse a vivir su vida. Un proceso de fusión así, tan dilatado y tan rico, sólo puede alumbrar talento al por mayor, si bien ninguna tierra está exenta, tampoco ésta, de una cuota lógica de zotes y polichinelas.

Las Artes y las Ciencias, en sus formas más hermosas y en sus avances más espectaculares, han propiciado y propician nóminas impresionantes que se renuevan cada dos días. Y ésa sería una tarjeta de presentación ante las otras tierras del mundo, pero no es así. Aquí se instaló, hace tiempo, el virus de la cutrez, el exotismo de la ordinariez, y prendió en unos pocos la obsesión de crearnos, como denominación de origen, la imagen de ignorantes, vagos e indolentes. Y no hay forma de arrebatar esa malhadada careta porque, además de un tópico enraizado en ciertas zonas marginales, o en ciertos entes peculiares (que nos hace muchísimo más daño que gracia), es también un arma política que se utiliza sin piedad en la cruenta guerra de las ideologías. No han sido ni uno ni dos, han sido muchos los personajes siniestros (y no los voy a citar) que han vituperado, que han maltratado y que siguen insultando a las gentes de esta tierra, ¡incluso sin conocerla! y sólo por motivos ocasionales de unos votos arriba o abajo. Donde esos imbéciles ven degradación, lo que hay en realidad es dignidad y ganas de recuperar el progreso perdido.

¿Graciosos, simpáticos? La gracia no la veo yo en la sal gorda de los casposos, que hacen el juego a esos tramposos de la política. Tampoco la veo en los personajes de chachas analfabetas de series y películas, guionizadas casi siempre por autores que no conocen la tierra. No apreciamos mucha fineza tampoco en la saturación folklórica de lunares y jipíos. Nos producen arcadas estas caricaturas convertidas ya en repetitivas y falsas señas de identidad. El gracejo auténtico, inteligente, que brota espontáneo de la cultura popular, es el que bautiza con nombre familiar de mujer al instrumento democrático más progresista promulgado hasta entonces en toda la historia de España. ¿Dónde se reacciona así? ¿Dónde se afronta una invasión trágica con una sonrisa cantada? Tener gracia de verdad no es contar chistes burdos, facilones, reiterativos; tampoco es arrastrar esa figura deplorable e impostora de gente desocupada que pasea su ignorancia y su pretendida chispa por platós y escenarios, arrogándose en vano la genuina representación de todo un pueblo. Aquí, cantando, se pide tierra y libertad. Sólo eso. Nada menos que eso.

Está bien, muy bien, que empiece a demostrarse que la herencia de tanto conocimiento acumulado es de nuevo reconocible en los maravillosos avances de la ciencia médica y sanitaria, en el progreso y liderazgo de los procesos de nuevas tecnologías; en el cambio de piel del mapa de la tierra, en las avenidas continuas de nuevas oleadas de poetas, escritores, pintores. Claro que queda casa por barrer. Fueron siglos de desprecio y abandono. Pero ya está bien. Que nadie más venga a invadir, a intervenir, a mandarnos callar. Se viene a vivir. Para un rato o para siempre. Pero a vivir. En eso pienso hoy, 28 de febrero. Porque hoy es un buen día para eso. Para sentirse de aquí.

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