Al célebre escritor británico J. B. Priestely le ponían nervioso los relojes eléctricos en los estudios de la BBC. Sobre todo porque en ellos la aguja de los minutos se movía a saltitos. Ni en las nobles clepsidras clásicas, ni en los relojes de sol ni en los de arena o aceite ni incluso en los augustos relojes de péndulo adosados a las paredes de las casas de la Inglaterra victoriana ocurría nada parecido. El tiempo avanzaba suave, casi sin notarse, con ritmos seguros y siempre discretos.

Priestley describía con un afecto algo irónico el Reloj del Imperio, todavía visible en muchos lugares de Inglaterra en sus años de juventud. Un globo terráqueo, dividido en 24 zonas horarias, donde aparecían todas las posesiones de la Corona británica. Con el meridiano que pasa por el pueblo de Greenwich, en las afueras de Londres, en el lugar de honor. Este reloj imperial – el ´Empire Clock´– era un artilugio impresionante. Estaba en los escaparates de las mejores joyerías y relojerías del Reino Unido. Y por supuesto en los territorios, colonias y dependencias de Su Majestad Británica, repartidos por los cinco continentes. Fue Priestley, el autor de ´El tiempo y el Hombre´, el que señaló que uno de los secretos de la magia del teatro dramático de Shakespeare era el papel que desempeñaba el tiempo. Este no era el amo. Era tan sólo un sirviente.

Quizás esta percepción del escritor, avalada por el mismo Shakespeare, sobre la irrelevancia final de aquello que puebla nuestra vida, de la mano del ´bufón del tiempo´, hizo que las autoridades británicas decidieran cancelar en 1940 el irreverente programa radiofónico de Priestley, el de mayor éxito de audiencia en la historia de la BBC.

Fue también este descubrimiento del genio de Shakespeare, la rechazada subordinación a un amo indigno – el tiempo y sus falsos ídolos – el que inspiró el título de una de las obras literarias más importantes del siglo XX: ´El tiempo debe detenerse´, de Aldous Huxley. Estas palabras de Shakespeare – ´Time must have a stop´ – aparecen no sólo en el título. Las cita Huxley también en la segunda página de aquel libro, publicado en Inglaterra en febrero de 1945: (´But thought´s the slave of life and life´s time´s fool, and time that takes survey of all the world, must have a stop´). En la página anterior los editores certificaban que el libro había sido producido de acuerdo con la normativa vigente para la utilización de materias primas en tiempo de guerra.

Una edición norteamericana de ´El Tiempo debe detenerse´ (entonces Huxley vivía en California) se había publicado en los Estados Unidos un año antes. La crítica norteamericana no siempre fue amable con esta obra del autor británico. Incluso otro ilustre exiliado europeo, Thomas Mann, no ahorró acidez en sus comentarios sobre el libro en su carta de octubre de 1944 a su amiga Agnes Meyer. Sin embargo para el mismo Huxley ´Time Must Have a Stop´ era lo mejor que había escrito. Desde mi modestia, estoy de acuerdo con él.

En el verano de 1957 me encontré con una copia de la edición británica, editada por Chatto & Windus, en la biblioteca del Castillo del Inglés (el Hotel Santa Clara) en Torremolinos. Esa misma noche llamó a la puerta del Santa Clara la inolvidable actriz francesa Brigitte Bardot. Acababa de llegar para el rodaje de ´Les bijoutiers du clair de lune´. Necesitaba habitaciones para ella y sus acompañantes. Pero el hotel estaba completo. Aquel jovencísimo y deslumbrado empleado que era yo no pudo hacer nada y se marcharon a otro hotel. Huxley y Shakespeare tenían razón. Hay momentos en los que el tiempo – ese bufón – debería detenerse.