En el Cementerio de San Miguel caían flores de azahar sobre la tumba de Jane Bowles mientras Richard Horowitz tocaba, con una flauta travesera de madera, música a medias procedente del simún del desierto y del oasis que permite descansar de él. Los cipreses y los mausoleos, testigos y guardianes de la muerte, de repente parecían meditar sobre la vida, ser símbolos de la respiración y del movimiento antes que de la descomposición y la parálisis. Richard se inclinaba leve y se cimbreaba sobre el mármol negro bajo el que Jane lleva soñando desde hace casi cuarenta años. Jane, una gardenia que, gracias a esa flauta delicadísima y esperanzadora, la Nada entregaba de buena gana al Ser en presencia de los muchos testigos que nos congregamos allí para celebrar la dignificación pública de los restos de una de las escritoras más singulares y perdurables del siglo XX. Unos pocos minutos en los que el compositor norteamericano, autor de la banda sonora de ´El cielo protector´ y para el que Paul Bowles fue una especie de segundo padre, nos dejó a todos supendidos de un fino hilo que amenazaba con romperse y convertirnos en caída y en abismo, en grito y en pregunta, en otros definitivamente otros. Momentos de emoción sin retórica, al menos para mí, que se prolongaron durante la hora y pico que duró un acto en el que hubo discursos y poemas en torno a la nueva y muy hermosa tumba de Jane Bowles, que pasó en Málaga, enferma pero intensa, los últimos siete años de su biografía. La flauta de Richard Horowitz seguía sonando, misteriosa y feliz, desde dentro de esos discursos y de esos poemas, aventándolos para que no olieran a moho y para que también en ellos se escuchara el simún del desierto y el rumor de los oasis, las olas rompiendo contra un acantilado, las conversaciones de los etéreos humanísimos, la plenitud inexplicable de la creación y del amor, el sol sobre la piel.

Un homenaje de Málaga a Jane no para que ésta pudiera descansar en paz sino para que, dejando de verse obligada a sufrir también ella esta fatalidad propia de los muertos, encontrara una vía para seguir cansándose con los vivos, para seguir disfrutando la intranquilidad sin tregua que define la vida. Jane Bowles ahora, al menos entre nosotros, puede dejar de ser su fantasma y regresar de pleno derecho a su realidad volviendo a ser lo que le corresponde: un ejemplo de lucidez y de valentía, una escritura fulgurante, una mujer que tiene tanto que contarle a las mujeres sobre sus cuerpos y sus conciencias tachados por la Historia, un destino abierto. Todo lo cual se ha ido viendo durante esta semana pasada a lo largo del ciclo titulado ´El mundo de los Bowles´ y que, organizado por el Instituto Municipal del Libro, ha includo documentales, mesas redondas, presentaciones de libros, conciertos y exposiciones. Probablemente, las jornadas más importantes hechas sobre estos autores en el mundo hasta la fecha. Y que deja, además de ese recuerdo imborrable de música y palabras en el Cementerio de San Miguel, un libro maravilloso también editado por el IML y cuyo editor es Rodolfo Häsler: ´Jane Bowles, últimos años´, más de 400 páginas en inglés y en castellano de fotos, artículos, partituras, entrevistas, cronologías y fragmentos biográficos que, a partir de ahora, será de referencia obligada para todos los que quieran acercarse a esta autora neoyorquina, tangerina y malagueña a partes iguales.