Aunque parezca mentira, hay gente que no soporta el ambiente enrarecido que padecemos. Y es lógico. No todo el mundo tiene estómago para quedarse tan pancho viendo lo que está ocurriendo. Sin embargo, lo lógico sería lo contrario: que la mayoría de los ciudadanos se indignara y se manifestara ante la noticia increíble de cómo la extrema derecha pretende sentar en el banquillo a un juez que fue ejemplo mundial en el empeño de romper la impunidad de dictadores y torturadores; o ante los escandalazos políticos con portadas a cinco columnas, aperturas en telediarios, silencios ominosos y repercusión social mínima; o ante la visión espeluznante de las brutalidades policiales en Valencia contra pacíficos ciudadanos que protestaban sentados en la calle, con las manos en alto.

Siempre, de toda la vida, hemos estado divididos en dos bandos, aunque en los años de la abundancia se notara menos. Fue un tiempo de vacas gordas, pero de educación flaca. Y de aquellos polvos, y de otros peores, vinieron estos lodos. También vienen de la crisis, que está acabando con todo, no sólo con la economía de los más débiles sino también con los comportamientos y los modos de convivencia. Ya se vuelven a apreciar con nitidez las dos España, con sus radicalismos y sus intransigencias. La Prensa lo evidencia (y lo potencia) cada día; los canales televisivos, igual. Los predicadores de los medios imparten doctrina a golpe de demagogia. Aplican su receta de alimento espiritual y cumplen dos objetivos: mantener las espadas bien altas y los ánimos bien encendidos y rentabilizar el negocio de la audiencia. El juego debe continuar. Quienes lo hacen mal tienen el pretexto de que los otros lo hacen peor. Todo se justifica. Y todo se contagia. Las masas siguen a los líderes también en los pretextos y en las justificaciones. No es que se actúe, ni mucho menos se vote, con el corazón, es que se actúa y se vota con las tripas, sin apenas intervención del cerebro ni siquiera de las emociones.

Estoy convencido de que el sistema gilista creó escuela y dejó secuela a nivel nacional. No importó cómo gobernaban. Sus mayorías electorales se sucedían una tras otra. Su juego consistía en ´vender´ eficacia y seguridad; al ciudadano le tocaba taparse la nariz y mirar para otro lado. Ha pasado el tiempo, pero no parece que los métodos hayan variado.

Sin embargo, los dos grandes bandos, irreconciliables en materia de política visceral, comparten, sorprendentemente, la misma afición por lo banal, por lo cutre, por lo barriobajero. Y eso lo saben muy bien los programadores televisivos y los programadores políticos. Nada como los juicios paralelos, auténticas crucifixiones públicas de personajes del ´tomate´, nada como la vulgaridad hecha carne en espacios surrealistas, nada como la pérdida del buen gusto en general, la práctica de los malos modos, los griteríos televisivos y callejeros, los ruidos infernales, nada como la pérdida absoluta de ideas, valores y conceptos éticos y estéticos para que el circo siga sus funciones y los de arriba sus disfunciones. Nunca hubo tanta coincidencia de gustos personales entre las gentes de derecha y las de izquierda, lo que podríamos interpretar como el mayor éxito de la democracia. No importa lo que ocurra en el ámbito político. Es cosa de ellos, de los partidos. Lo que interesa es la entronización de la ordinariez, el divertimento de lo banal, el desprecio a la intimidad de las personas, el trasiego de basura, el imperio de la incultura.

Sólo por concienciar a más gente ante la rara situación que sufrimos habría que hacer algo. Es inconcebible el desinterés por lo que vemos que ocurre, es tremenda la mala educación, el pésimo gusto, demasiadas cosas, ya lo sé, para erradicarlas con una idea tan simple como la de reunir a gente que no esté de acuerdo con ellas. Algo habría que hacer, pero no le llamaré campaña, que suena a publicidad política barata; tampoco movimiento ni cruzada, no vaya a cabrear a esta gente, tan subidita ahora. Nada de campaña, nada de cruzada, nada de movimiento. Porque, ¿qué podemos hacer si nos da igual que lapiden a un juez que ha dado a España prestigio mundial en la persecución de dictadores y asesinos de masas? Lo culparán por haber indagado aquí y allí. Y se vengarán de él. Y permitirán, para escarnio y ridículo ante el mundo, que lo liquiden quienes ya liquidaron a bastante gente durante bastantes años. ¿Es que no ven que no se trata de salvar a Garzón sino de salvar nuestra dignidad de ciudadanos?

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