Empiezo esta carta sin saber muy bien cómo voy a decirte lo que quiero decirte, pero vamos allá. Me parece que tu fantasma, que nos ronda desde que te fuiste, sobreactúa al querer realzar ahora tu perfil intelectual. No hace ninguna falta: los que te conocemos de verdad nunca hemos visto en ti sólo un cuerpo, ni un objeto sexual. El talento, la inteligencia y la ironía se muestran de muchas maneras, sin necesidad de usar palabras. Las palabras son un producto menor de la inteligencia, un subproducto fetichista, como lo es un ídolo de barro. La gran inteligencia es la que sabe conectar con las estirpes eternas de los cuerpos, con todo aquello que los ha traído hasta aquí, y lo vierte ante nosotros. Hablo en tu caso, claro, de la estirpe de la diosa. Las palabras trenzadas por quienes saben hacerlo son sólo un tocado que te ofrecemos. El espíritu está en ti, no en los escritores.