Casi cinco millones de parados, un veinte por ciento de la población activa, es una bomba de relojería que no ha explotado por dos razones: porque existe un porcentaje importante de economía sumergida y porque la familia es un soporte solidario el universo de la concepción española y latina. También cuenta lo generosos que son por el momento los subsidios y las ayudas a los parados. Las manifestaciones de anteayer deben haber tenido en el subconsciente colectivo el paradigma griego y las medidas a las que se ha visto abocado el gobierno de ese país. Es cierto que la economía española no es la griega, pero también lo es que la pendiente en la que nos encontramos no tiene fin a la vista. Con esos parámetros, el presidente de Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, tendrá que decidir si puede vivir sin que los sindicatos le quieran, porque ya está predestinado a tener que intervenir en el diálogo social y a impulsar medidas que serán necesariamente impopulares si quiere enderezar la economía española. No se puede vivir con la pretensión de ser querido por todos. Y Zapatero está empeñado en ser apreciado por los banqueros y por los trabajadores. Y esa dislexia emocional para entender que se puede y se debe vivir con amores, odios e indiferencias está castrando su acción de Gobierno. La mayoría de los expertos coinciden en que lo peor que puede hacer el gobierno de España es perder más tiempo. Ahora o nunca, dicen, con relación a los proyectos de ajuste y a los cambios de nuestra orientación económica.

Los sindicatos desfilaron ayer apesadumbrados por dentro, conscientes de la que nos esperan. Pero ellos, los sindicatos, están como Zapatero: no tienen el coraje de plantear las cosas claras porque llevan demasiado tiempo contentos consigo mismo y ya no se acuerdan de cómo eran las barricadas.