Cualquier cosa se podrá decir de este primero de mayo que acabamos de vivir, menos que no ha sido original. Nunca antes se había celebrado con cinco millones de parados de fondo de pantalla. Existen bastantes posibilidades de que el primero de mayo de 2011 deje en pañales al que acabamos de celebrar. Cosas verdes, Sancho. Ante un 20% de ciudadanos parados, una sociedad tiene varias respuestas. La primera, tal como nuestros antepasados hacían ante calamidades colectivas y epidemias varias, es vestirse de tosco sayal, desgarrar las agrestes vestiduras, cubrir nuestras cabezas de abundante ceniza y vagar por las calles, con las manos alzadas, gritando imprecaciones o impetrando del cielo auxilio y redención. Sería una forma de reconocer las culpas de todos por haber entregado la nación a una colección de inútiles como nunca antes la hubo. Otra forma de encarar esta extrema situación podría ser más moderna. Trataríase de salir a la calle la ciudadanía en pleno, convocados por líderes capaces, no vagos, bragados y bregados, que crean en la sociedad y en la nación españolas, y plantarse en las puertas de los organismos gubernamentales y a las entradas de las sedes centrales de los bancos y acampar allí durante treinta días o cien años. Igual da. Nadie saldría de allí hasta que no se presentaran, negro sobre blanco, las salidas para esta barbarie social de un paro que sube ya camino de una cuarta parte de la población activa. Entre los jóvenes, las cifras son sencillamente de pavor. La tercera forma de encarar este hundimiento, esta debacle social, es hacer lo que se ha hecho en este primero de mayo de 2010: nada. Sentarse a esperar no se sabe bien qué. Legislación laboral intocable, control del gasto innecesario, planteamiento de la productividad innegociable. Nada de nada, todos quietos. Eso sí, para distraer y amenizar la espera una de garzón y media de memoria histórica con un par de cervecitas sin alcohol.

Pero resulta que hay otra salida. Naturalmente que la hay. Y es la que enfilan los países de nuestro entorno geográfico y político. Y es que cuando todo está ya inventando, aquí, en la pobre patria infeliz, seguimos tratando de inventar la pólvora. O lo que es lo mismo, tratando de salir de un endeudamiento feroz, que amenaza con greconizarnos de arriba abajo, con medidas tan heroicas como la reducción de una treintena de altos cargos con un montante de 16 millones de euros. Muy bueno lo tuyo, Morgan. Antes, el mes pasado, lo intentaron con una reducción de la Oferta Pública de Empleo que amenaza con dejar descapitalizada, sin cabezas, a la sociedad española al haber llevado por debajo de los mínimos indispensables la reposición de jueces, catedráticos, inspectores de Hacienda, de Trabajo, guardias civiles, policías,… Y todo para ahorrar poco más de 200 millones de euros. Más o menos el importe de una merendola de ministros hispanos con colegas charcuto-europeos. Cualquier cosa menos recortar en amiguetes, paniaguados, pesebreros, liberados de la nada, pensionados, subvencionados de lo que yo te diga y enchufados por cientos de miles que okupan, con k, la administración del estado.

Vayan pues, y pregúntenle a la señora Merkel, por ejemplo, cómo se hace esto, cómo se levanta una economía que hacía aguas, cómo se dirige un gobierno de gran coalición para llevar a la nación hacia las cotas más altas entre los estados modernos. Pregúntenle cómo se controla el dispendio, qué significado tiene la palabra austeridad, que no es castidad ni temeridad, dicho sea para los acéfalos logsianos. Ella es la empollona de la clase. Es cuestión, sólo, de pedirle prestado los apuntes.