José Luis Rodríguez Zapatero ha evitado el apoyo entusiasta a las propuestas del tripartito catalán; tal vez ha aprendido ya la lección de que no se puede apoyar incondicionalmente lo que no se conoce: ocurrió con el Estatut y aún estamos pagando la torpeza y la impericia de Zapatero que se echó en los brazos de Maragall sin paracaídas. Y el president lo dejó caer. El caso es que ahora ha dicho el presidente, el de España., que estudiará despacio la propuesta de renovación del Tribunal Constitucional que le van a mandar los catalanes. Y hay una cosa clara; después de tantos desplantes, presiones y amenazas al Constitucional, ¿para que quieren los nacionalistas catalanes la reforma de un organismo al que no respetan su propia existencia y niegan la capacidad de ser el último árbitro de la constitucionalidad de las leyes?

Nadie en el resto de España se muestra preocupado por el Constitucional porque parece que todo el mundo es consciente de que una reforma del único organismo autorizado para interpretar el acomodo de las leyes a la Constitución no se puede hacer sin un consenso lo más amplio posible, cercano a la unanimidad, para hacer desaparecer el estigma que ha tenido el actual tribunal de no ser aceptado por todos y estar permanentemente en entredicho desde la sentencia de la expropiación de Rumasa.

Los mercados siguen cayendo; los especuladores amenazan cada día al Euro y España se desliza en una pendiente peligrosa, de las más difíciles de su historia. Más de cuatro millones y medio de parados y una situación financiera de las Cajas de Ahorro y algunos bancos que todavía no han incorporado plenamente el riesgo del pinchazo inmobiliario. ¿Cuál es la prioridad ahora? ¿De verdad la identidad catalana es tan importante para generar un conflicto aludiendo al peligro que corre el futuro de Cataluña?

Tal vez nadie se haya dado cuenta de que España, en su conjunto, como país, nación o lo que quieran llamarla, está a punto de volver a perder otro tren de la historia para ser una potencia mundial y el reverso de esa posibilidad es volver a caer en la pobreza y el ostracismo. Y también Cataluña implicada en ese destino común, aunque a algunos les pese.

Debiéramos tener un líder de la oposición y un presidente de Gobierno que fueran capaces al menos de hacer una análisis concertado de los riesgos que corremos. Quizá sea nuestro sino, el de España; aunque yo no soy fatalista, los datos me empiezan a empujar en esa dirección.