Al juez Baltasar Garzón lo imagino con dificultades en las sastrerías. Lo han henchido y denostado tanto en las últimas semanas que le debe costar un mundo averiguar su auténtica estatura. Libertador o granuja, prevaricador o héroe, España no tiene medida. De nuevo, saltan al césped los equipos sanguíneos de la ideología. A mí, en primera instancia, Garzón me parece un tipo con escaso sentido del humor. Fue capaz, incluso, de prohibir el uso de su nombre por un grupo de pop socarrón, que ahora se pasea por los escenarios con el apelativo, de mayor enjundia fonética, de Grande Marlaska. Como juez, quizá esté sobrevalorado. La cláusula que permitió juzgar a Pinochet no fue descubierta por él, sino por Castresana, un magistrado sin tantas prestaciones mediáticas, pero igualmente efectivo. El trabajo de Garzón, aún así, resulta irrefutable. Se podría enumerar la lucha contra la caza de brujas, pero sería innecesario y aburrido. Lo verdaderamente inquietante es que se pretenda inhabilitar a alguien por investigar los crímenes del franquismo. La vehemencia de los detractores resulta incomprensible. No existen paralelismos en ningún país afeado por la violencia de un régimen dictatorial. La revocación de la ley de Amnistía se impone como una necesidad democrática. En Alemania los que no condenan el holocausto son considerados poco menos que fanáticos, aquí parece una opción legítima, como si los excesos compartidos de la guerra compensasen la ilegalidad de un sistema atroz, de inmoralidad imperecedera. Los últimos acontecimientos han afectado a la proyección del país. La prensa internacional se echa las manos a la cabeza. Los editoriales de Inglaterra y Francia afirman, incluso, que la falta de repudio unánime al franquismo cuestiona la madurez democrática de España, Juan Gelman, el premio Cervantes, Rigoberta Menchú, están perplejos por la reacción de los apologetas del olvido. Es cierto, la prioridad es el paro, la economía. Pero miles de personas necesitan saber qué hicieron con sus familiares, que se sepa lo que nunca debe repetirse.