La circunstancia de que el Reino Unido no sea, ni muchísimo menos, la nación ideal, no puede sino consternar a quien establezca, desde aquí, algún género de comparación política con ella. Su sistema electoral, que es peor que el nuestro si cabe, discrimina de manera brutal al partido, cualquiera que sea, que pretenda disputar al Laborista y al Conservador el monopolio compartido, por turno, del poder político, pero, así y todo, los españoles nos moriremos sin oír de labios de un político nuestro lo que los británicos han escuchado de los de Gordon Brown al saber que Clegg, el liberal-bisagra, ha decidido apoyar a Cameron, el conservador, en vez de a él: que lo respeta y que lo comprende. Los españoles nos moriremos sin escuchar semejante cosa, pero si resucitáramos, en la vida siguiente tampoco escucharíamos la aguda y pequeña maldad, típicamente británica, con que el derrotado Brown cerró sus valoraciones al respecto: que, a fin de cuentas, laboristas y conservadores son muy parecidos y que, en lo esencial, su política es idéntica.

También la política del PP y del PSOE es, en lo esencial, idéntica, cual lamentablemente se ha visto desde que se turnan en el poder, pero aquí, por lo visto, no rige el espíritu deportivo que preside en el Reino Unido la lid política entre pares. Aquí, a ese sentido realista y práctico se sobrepone el cainita, a consecuencia de lo cual ni se comprende ni se respeta al que, adversario en Inglaterra, es en España enemigo. Pero la cuestión se agrava cuando, como está ocurriendo, esa bordería del Estado Mayor (del PP ahora) se traslada a sus milicias, donde se multiplica y se convierte en un puro ulular de guerra. Y hay cosas que, si bien pueden oírse, aunque no sin repugnancia, en las tabernas, resultan inaceptables en los medios de comunicación, sujetos a normas de civilidad siquiera por utilizar algunos de ellos la letra impresa. La cascada de insultos al presidente Zapatero es de tal calibre que no sólo resulta incomprensible para un inglés, sino para cualquier español que no haya perdido del todo la cordura. Con éste doble e infame clima, el meteorológico y el político, qué desagradable se hace vivir aquí.