No es porque yo lo quiera, juro que no es mi intención, pero cuando pienso en La Pantoja, no sé bien por qué razón, me sale la columna en verso, en verso de arte menor. Será su porte gitano, su figura, qué se yo, pero es pensar en ella y de pronto, quiera o no, estoy rimando octosílabos como Campmany enseñó.

Era fresca la mañana aunque hubiera un limpio el sol, era fresca la mañana cuando de pronto se oyó que la Pantoja es presunta de un dinero que lavó para aquel novio que tuvo llamado Julián Muñoz. Y viene la Fiscalía, la de anticorrupción, pidiendo penas de cárcel y de inhabilitación para ella, la Zaldívar, para el citado Muñoz, y dos banqueros amigos que, dice la acusación, echaron una manita en toda la operación.

Y detrás de todo esto, de tamaña sinrazón, de aquella operación Malaya que al mundo entero asombró, sigue estando la vergüenza, el oprobio y turbación, del saqueo de Marbella (esa noble población) a la que un puñado de golfos (pongo aquí la presunción, no sea cosa de que luego el que la pague sea yo) dejaron casi en pañales con muy poca oposición.

Van muchos días de juicio, de jurar y declarar, y vamos sabiendo detalles que aún estaban sin contar, como esa petición de pena que acabamos de nombrar. Tres años y medio le pide a la Pantoja el fiscal, poco tiempo nos parece si a la postre es verdad que blanqueó tanta pasta y se puede demostrar.

No es que desde aquí pidamos una condena ejemplar con algo de ensañamiento que sirva para avisar a otros pillos iguales lo que les puede pasar, mas no parece sensato que alguien llegue a sospechar que ser corrupto en España se pueda considerar como un negocio sin riesgo, algo sin dificultad, una actividad cualquiera pero con la salvedad de que trincas de lo lindo y al final no pasa ná.

Y si al final resulta (me lo empiezo a maliciar) que logran echarle el muerto al que ya no puede hablar (que parece ser lo que buscan cuando van a declarar), Jesús Gil será el culpable, él solito y nada más, los demás, pobres criaturas, sólo iban a firmar lo que les decía el alcalde y lo hacían sin mirar porque les tenía cogidos y no se podían negar.

Era fresca la mañana aunque hubiera un limpio el sol, era fresca la mañana y en su fresco resplandor el fiscal pidió condenas que fueron como un dolor, un puñal en las entrañas, un disparo de cañón, contra Zaldívar, Pantoja, los banqueros y Muñoz, gente muy buena y honrada, gente que sólo pecó, de confiada inocencia hacia quien los engañó. Y si justicia queremos nos tendremos que esperar a que suenen las trompetas (algún día sonarán) y sean llamados los muertos para el juicio final.