ese a que la economía haya repuntado un 0,5, los brotes verdes más claros y estimulantes son los de los árboles, en especial los de las hayas. Aunque las hojas, muy tiernas, apenas se tienen en pie, y cuelgan lánguidamente de las ramas, con el cuerpo todavía algo enroscado, su verdor lleva tanto brillo dentro que ilumina el paisaje. La niebla, nostálgica del invierno, intenta imponer los tonos grises, y a fuerza de lienzos vaporosos a veces parece lograrlo, pero el verdor de las hojas recién brotadas aguanta los envites, y no hay gris que pueda con ellas. El caminante observa el espectáculo desde un risco, y, aprovechando la oxigenación del reciente esfuerzo, que abre los poros del cerebro, intenta la superior medicina de que el paisaje, con sus vaivenes, golpes de mano y cambiante cromatismo se le meta dentro, pues la primavera, como ocurre con todo, es para el que se la trabaja.