Está bonito el aserto siguiente de mi amigo economista: «La mejor reforma laboral es la que se hace con acuerdo de las partes».

Discutíamos sentados en una cafetería de Teatinos sobre la decisión del presidente del Gobierno de aprobar en Consejo de Ministros una reforma laboral, haya o no acuerdo, el 16 de este mes. Un junio que ha entrado tan fogoso como Zapatero en su aviso a navegantes que más parece el SOS de un náufrago. Ahí estábamos mi amigo y yo, salvando las españas desde este rincón de la Málaga de la modernidad, entre la Ciudad de la Justicia y la Universidad, tragando el polvo habitual de esa zona semidesértica con edificios romos sin valor añadido alguno, y aceras que se levantan solas por la mañana y por la tarde a pesar de ser seminuevas, de ángulos rectos en las intersecciones que hacen que los coches casi se rocen al girar; de amplias avenidas con carreteras que ocupan lo que podrían ser espacios para el peatón y para los árboles, pero que terminan en rotondas cerradas por cuyo giro no caben dos vehículos en paralelo y que obligan a frenar en seco al conductor no acostumbrado al llegar a ellas.

Pues allí estábamos tragando el polvo que se traga en la zona cuando sopla un viento que parece aquel que se llevó lo que. Tragando (últimamente ese gerundio le pega a casi todo. Allí estábamos, cuando le dije que no estaba de acuerdo con lo del acuerdo.

Porque, quiénes son las partes. Los sindicatos, ya. Pero anduve leyendo el chat del periódico con Antonio Herrera y Manuel Ferrer, de CCOO y UGT respectivamente en Málaga, y me impactó que la mayoría de las preguntas naciesen del desencanto sindical. Fue triste comprobar la etiqueta recrecida de que los sindicatos ya sólo son entidades subvencionadas que defienden a los funcionarios y los trabajadores de empresas cuyos empleos están lejos de peligrar, pero ya no a los sin contrato, a los autónomos dependientes, a los inmigrantes explotados y a los trabajadores basura o discontinuos que trabajan de manera continua. Sindicatos que han visto ya pasar el ataúd laboral de casi cinco millones de parados, el 27% de ellos andaluces, y la parte del león en Málaga, a pesar del respiro de unos dos mil nuevos empleos computados ayer. Y esto es así haya o no economía sumergida, que ése es otro cantar que sólo beneficia al capital, no al trabajador que no cotiza ni al Estado que no cata tributación alguna de ese dinero negro.

Quiénes son las partes, entonces. Los empresarios, ya, pero cuáles, ¿los mismos que mantenían mileurista a su plantilla cuando obtenían los mayores beneficios de su historia?; ¿empresarios como el presidente de los empresarios, en pleno batacazo moral y empresarial?

Hemos pasado del que creíamos estado del bienestar, más o menos liberal, al capitalismo salvaje una vez más. ¿No hay salida desde la socialdemocracia, extinguida ya la izquierda política? Nos dicen ahora que sólo queda alimentar más al monstruo. Pero con nuestra carne.