El pasado sábado tuve la oportunidad de asistir a un Fórum sobre el tratamiento del autismo que se celebraba en Barcelona. Recuerdo que se me quedó rondado en la cabeza algo que dijo uno de los conferenciantes: lo que hay antes de la palabra no es el silencio, sino el grito. Mientras escuchaba a padres y profesionales contar sus experiencias pensaba en lo paradójico que es nuestro destino. Aquellas personas se dedican en cuerpo y alma a ayudar a hablar a quienes no pueden; en tanto que los representantes de los ciudadanos dedicamos una buena parte de nuestras energías a evitar que nos callen.

Hacía sólo unos días había escuchado una columna radiofónica en Radio Nacional titulada Charlatanes de Feria que, ni que decir tiene, se refería a los políticos. Un título que dejaba ver un desprecio entre populista y aristocrático que me inquietó, sobre todo viniendo de la brillante e inteligente escritora que la firmaba; la columna ligaba el déficit del Estado a la supuesta ayuda a unos bancos que reparten beneficios a la par que obligan al Gobierno a hacer recortes sociales, y terminaba concluyendo: «Pero lo que más molesta es la retórica de los políticos para vender lo que apenas puede digerirse […]. Sería mejor que se callaran, porque con la mentira descarada o encubierta, sólo provocan indignación.»

Si la autora estuviera en paro, al afirmar que lo que más le molesta es la retórica de los políticos, demostraría tener la misma clase que aquellos exploradores británicos del XIX que, aún en mitad de la selva, cada noche se vestían de etiqueta para cenar. Si necesitando un empleo, le ofendiera más la mala retórica de los políticos que la falta de un subsidio para poder sobrevivir, su compromiso con la oratoria resultaría conmovedor. Pero ella no está en el paro, y sus palabras resultan frívolas. Además, su condena al silencio a todos los políticos no es civilizada, sino bárbara. El derecho penal de los países civilizados prohíbe las penas colectivas. La civilización obliga a la pensadora a no desistir de su oficio, el análisis. Porque si analiza, descubrirá que no es lo mismo que el crecimiento del déficit en el último año se deba a la ayuda a los banqueros, como ha ocurrido en otros países, que a la ayuda a los parados, como en gran medida ha ocurrido en el nuestro.

En un tiempo de crisis, cuando ni los diagnósticos ni las terapias para los problemas sociales aparecen claros para todos, es normal que las voces de los representantes de los ciudadanos suenen con frecuencia tan confusas y ruidosas que molesten a muchas personas. Sin embargo, la experiencia histórica nos dice que cuando se hace callar la voz de los representantes, no se produce un respetuoso silencio del que emerge la voz armoniosa del pueblo, sino su grito de dolor ante el dominio omnipotente de algún gorila populista. Por eso debemos seguir intentándolo con las palabras.