Confieso que no soy un seguidor empedernido de lo que hace Mariano Rajoy, a quien traen y llevan de gira por los pueblos y tierras de España con cierta exhaustividad y no siempre con una buena preparación en cuanto a los contenidos de sus intervenciones y compañías fotográficas. Pero, como cronista político, me ha tocado estar cerca del líder del Partido Popular en varias ocasiones últimamente. Y empiezo a tener la impresión de que estamos en presencia de lo que podría ser un nuevo Mariano Rajoy. Dentro de lo que cabe, naturalmente.

Una de sus grandes carencias, reconocidas hasta por sus íntimos y más acérrimos partidarios, es la falta de una proyección internacional, precisamente ahora que desde las cancillerías más importantes del mundo dirigen su vista hacia el presidente del Partido Popular, que puede ser el candidato más probable a ocupar el sillón de La Moncloa, aunque aún sea, lógicamente, muy pronto para hacer vaticinios de ese tipo.

Asistí a un encuentro de Rajoy con representantes de grandes compañías norteamericanas instaladas en España. Estaba allí –bueno, no se quedó al almuerzo de clausura, pero estuvo– el embajador de los Estados Unidos, junto con empresarios de gran relevancia. Era el segundo encuentro en menos de una semana del líder de la oposición con círculos empresariales y diplomáticos, y en ambos casos me sorprendió lo que yo quiero interpretar como un cierto cambio de rumbo en los planteamientos del presidente del PP: hay un giro más constructivo, un abandono de ese papel, que tanto le hemos criticado, de «abuelo Cebolleta» que se dedica a reñir, sin más, cualquier comportamiento del Gobierno, sin presentar unas alternativas demasiado sólidas.

Imposible no tomar nota de ese lenguaje, tan moderado, que le hizo rechazar las insistentes preguntas que le dirigimos, en un pasillo, los periodistas tratando de arrancarle alguna reacción airada tras la chapuza de la sentencia del Constitucional sobre el Estatut catalán, respuesta tardía al recurso de inconstitucionalidad presentado hace cuatro años por el PP, entre otros. Rajoy, cauto de por sí, extrema ahora sus cautelas, al menos las verbales; dicen, incluso, que le sentó bastante mal alguna reacción apresurada, cuando aún no se conocía la sentencia del Alto Tribunal, de una de las portavoces de su partido. No quiere radicalismos y ha impuesto una cierta sordina en el PP incluso ante cuestiones que indignan tanto a los ciudadanos como esa huelga «salvaje» en el Metro de Madrid, que a punto ha estado de colapsar la capital.

También resulta imposible no tomar nota de que en los últimos días se han producido dos acuerdos importantes entre Gobierno y oposición: el que impidió la subida del precio de la luz y el que vetará la presencia de herederos de Batasuna que no condenen explícitamente a ETA en las próximas elecciones locales. Y, ya que hablamos de elecciones, anote usted la sintonía entre socialistas y populares en lo que se refiere a la ya prácticamente cerrada reforma –mínima e injusta hacia terceros como IU o UPyD, a mi juicio– de la normativa electoral.

Todo esto no puede ser casual: las encuestas miman las expectativas de Mariano Rajoy, a quien sus asesores potencian la imagen como mejor saben y pueden. El líder popular se cree cerca del gran objetivo: últimamente se muestra más humano, menos frío, con más sentido del humor y se permite hasta ofrecer sus pronósticos, a micrófono abierto, sobre la trayectoria de España en el mundial, sabedor, como Zapatero, de que cualquier frase jocosa sobre el campeonato genera simpatía en casa.

Todo ello constituye un giro, quizá aún poco perceptible, pero que alienta a quienes desearíamos más acuerdos y menos disparos de sal gorda en la vida política nacional. Por cierto, una última nota en mi cuaderno de mirón profesional: ¿Habrá pacto PSOE-PP para la necesariamente inminente renovación del Tribunal Constitucional, una vez emitida la tan esperada y tan demorada sentencia sobre el Estatut? Atentos a una posible conversación (telefónica) Rajoy–Zapatero en este sentido y en los próximos días. No quisiera mostrarme demasiado optimista, pero tal vez haya llegado, aunque sea por la puerta de atrás, la época de los grandes acuerdos institucionales y hasta económicos... antes de que llegue la cruenta precampaña electoral.