A Quini lo llaman El Brujo, y a Villa El Guaje, pero en la España mágica norteña todo brujo o bruja ha tenido siempre un iniciado/a joven que ya tiene los poderes y la técnica para ejercerlos, al que en Asturias se podría llamar «el guaje». Se piensa que la magia es tortuosa y alambicada, un bucle inextricable, pero es al revés, se trata de un modo directo de llegar a la esencia de las cosas, viendo claro lo que aparece celado por la niebla de la razón complicadota, y de actuar fuera de los meandros de la deliberación previa. Ese es el don de Villa, y era el de Quini. Entre el jugador y la red hay una masa de aire, poblada de obstáculos, con muchos caminos posibles para el objeto mágico (el balón), pero siempre hay uno más directo, que sólo el mago ve. Ese don de ver claro el camino, o clarividencia, o videncia sin más, lo tiene bastante gente, pero sólo un brujo sabe convocarlo.