Ni Berlusconi ha llegado tan lejos. Por eso me cuesta creer que algunos de los diputados que rodean el telar en el que se está elaborando la nueva Ley Electoral pretendan imponer a las televisiones privadas una normativa que, de prosperar, obligaría a emitir espacios de información política elaboradas con criterios ajenos a los usos periodísticos propios de un país democrático.

Durante las campañas electorales, si la cosa sale adelante, el sujeto de la noticia, la ubicación en las escaletas de los informativos, su duración y, en definitiva, su valoración con arreglo a criterios periodísticos, quedaría sujeta a una norma dictada ¡por la Junta Electoral!

Semejante dislate -que, dicho sea de paso, desde hace años viene siendo aceptado sin rechistar por los agradecidos funcionarios que dirigen los canales públicos de televisión- quiebra la base de la libertad de información que contribuye a formar a la opinión pública, institución esencial en un régimen de libertades.

Al expresar de manera tan rotunda el rechazo a semejante iniciativa no recojo una preocupación gremial, un lamento corporativo. Nada de eso. Lo que digo es que sí semejante artefacto legal prospera y durante las campañas electorales las televisiones privadas se vieran obligadas a diseñar sus noticiarios con arreglo a los criterios de los partidos y de sus gabinetes de imagen, la información se transformaría en simple propaganda. Dejaría de ser periodismo pasando a ser puro marketing electoral. Exactamente lo contrario del papel que se espera del periodismo y de la Prensa Libre en una sociedad avanzada.

Supongo que a los diputados de la mencionada comisión les vendría bien aprovechar las vacaciones para reflexionar acerca de la deriva ´berlusconiana´ hacia la que apunta su iniciativa. Ya que mencionamos Italia, pensando en la etapa de resignación ante los dictados de los políticos por la que parecen estar pasando nuestros colegas transalpinos, me gustaría recordar que un buen periodista es aquel que recela de los poderosos, dice lo que piensa sin rodeos y, por encima de todo, valora su independencia. En resumen: con el poder hay que ser civilizado, pero nada obliga a ser amable. Que, en definitiva, eso es lo que pretenden conseguir los diputados españoles que quieren que los magistrados de la Junta Electoral sustituyan a los editores de los telediarios de las cadenas privadas.

Ya digo, ni Berlusconi ha llegado –todavía– tan lejos.