Las actividades transgénicas ofrecen muchas posibilidades: cerdos con la panceta baja en calorías, salmones gigantes, quizá peces sin espinas. Ya hay sandía sin pepitas. A mí, de niño, me gustaban mucho las pepitas de la sandía, porque me parecían viudas pequeñas. ¿Cómo habrán ido caer ahí todas esas viudas?, me preguntaba. Quizá, a no mucho tardar, logremos un cordero que sólo dé chuletas de palo. La vida es el resultado de la transgénesis, aunque en la naturaleza los ritmos son lentos y los cambios apenas se notan. A lo mejor, con el tiempo, vamos logrando introducir algunos de los genes del socialismo en liberalismo. Pero si se hiciera de un día para otro se enfadarían mucho los liberales y los socialistas. Las cosas tienen su tiempo.

En el lenguaje, la transgénesis es continua. Fíjense que ahora se llama logística al almacenaje. Dices por ahí que eres experto en logística y hay que estar muy al día para descubrir que trabajas en un almacén. Me acuerdo de cuando los peritos industriales, que ahora son, creo, ingenieros técnicos. Perito (pese a Perito en lunas) era una palabra sin prestigio, por refitolera, porque parecía inventada por un pijo, porque sonaba a diminutivo de mamá asfixiante. No sé qué genes le quitaron, o le pusieron, que te acostabas un día en perito industrial y te levantabas en ingeniero técnico, como el salmón de medio metro que despertó convertido un bicho de dos y medio.

Ahora bien, quizá por fortuna, las mutaciones genéticas están más en la conversación que en la realidad. Todos los días sale en el periódico un gen nuevo, pero no tenemos noticias de que se haga algo con él. O, si lo hacen, lo ocultan, porque las mutaciones genéticas dan mucho miedo, entre otras cosas, por culpa de la palabra mutación, que jamás se emplea para dar cuenta de un suceso feliz. No se dice, por ejemplo, que el sapo se mutó en príncipe (tras introducir en el animal, suponemos, genes monárquicos). Si se dijera eso, sentiríamos repulsión. Y cuando se dice de alguien que es un mutante, el personal se retira, por miedo al contagio. Es normal, querido Monsanto, que la gente tenga sus recelos. Personalmente, si fuera caníbal, preferiría un perito industrial crudo a un ingeniero industrial asado.