Para los que estén de vacaciones la llegada del mes de julio debe ser una delicia, pero no todo es positivo con la llegada del verano en esta ciudad.

Se masifican los lugares de turismo, e ir a la playa o tomarte un espeto se transforma a veces en una odisea, por eso no es extraño el que se queda en Málaga en invierno y cuando llega el periodo estival se marcha a zonas más frescas y menos masificadas.

Dicho lo cual, aclaro que no me quejo, agradezco que venga mucha gente y creo que debemos alegrarnos de ello, poner buena cara y ser lo más hospitalarios posibles, nos va la ciudad en ello.

Se nota cuando llega el verano porque huele, siempre es lo primero que nos anuncia su llegada el olfato, el verano huele a la leña de los «espeteros», a las biznagas de olor, a mar, a salitre y a las moragas.

Se nota porque se oye a la gente que se tira a la calle, las puertas de las casas se transforman en corros de personas comiendo pipas y hablando del Gobierno con el mismo aplomo que de la vecina y a los niños gritar de emoción en la playa como si fueran los primeros en encontrar una coquina en la orilla.

Se nota porque se ven los balcones llenos de geranios y jazmines, y a los chavales transportando maderas para quemar en el «júa», y se ven las ferias de los barrios con los coches de choque, su música de Camela, la tombola y los juegos de tirar las tres latas más pesadas de la historia con pelotas de tenis.

Se nota porque el terral te deja la piel seca, el pelo liso y dura tres días.

Se nota porque nos gusta. Se nota porque los de Málaga no nos vamos de veraneo vivimos de veraneo. A dónde me voy a ir si mi ciudad es verano de mayo a noviembre.