Hoy es un día extraño. Me pongo a escribir desde una ciudad que disminuye su ritmo, escenografía del día después. No hay ruido. Me doy cuenta de que las ciudades tienen muchos rasgos que las distinguen, mensajes que se dirigen a nosotros más allá de la omnipotencia de la vista. También ojos tiene la piel, primer sentido. Me asomo por la ventana para ver si ha pasado algo porque no oigo que pase nada.

La ciudad está quieta, no se mueve, y me la imagino como un gran animal, unas veces en calma, otras activo, a rachas enloquecido, ocasionalmente cauteloso, olisqueando al viento, que rumbo tomar. Las ciudades se distinguen entre sí principalmente por las herencias urbanas de sus pasados, cascos históricos que se fijan como resistencia a los cambios constantes que nos llevan a la ciudad genérica. Las ciudades han pasado de ser lobos esteparios a congregarse en manada; macroestructuras urbanas, redes de ciudades que modifican las identidades. La pertenencia social, administrativa, legal y política a comunidades de mayor escala territorial favorece el reparto equitativo de derechos entre sus ciudadanos, pero también uniformiza en un intento por regular y controlar su actividad. Desaparecen los picos y coronamos la apacible meseta. La mayoría de ciudades que pertenecen al club del hemisferio norte, siguen parecidas normas de juego y gestionan su pasado como valor cultural que favorece, en la época del turismo existencial, el progreso económico y social. Algunas, que no son mayoría, incorporan a la herencia del pasado, la riqueza de su presente, y podemos visitarlas para ver no sólo lo que hicieron sus abuelos, sino también para disfrutar la vitalidad creadora y la confianza de sus gentes presentes.

Extender la mejor forma de vida posible a través de las ciudades debe ser el objetivo de los gobiernos, evitar la uniformidad también, porque con la reglamentación excesiva sólo se obtiene lo mismo, y la distancia o cercanía a este paisaje, potencia o adormece el mundo de las ideas, y lo que es más, da o quita la confianza social necesaria para emprender acciones que no transiten por la cómoda imitación de modelos reales. Y es que, no siempre hay que tomar la autopista.