Hay que promover una revolución cultural en Málaga para restañar sus heridas. Una revolución para que, a través de la cultura, esta ciudad se regenere y pueda corregir sus debilidades.

Esto no son cantos de sirena, aunque suenen como los de aquellas criaturas mitad pez, mitad sueño de váter, que obligaron a Ulises y a sus hombres a taparse los oídos con cera camino de Ítaka. Lo de la revolución para Málaga, cultura mediante, son espléndidas declaraciones de intención de un economista que anduvo por la promoción inmobiliaria sin llenarse el sombrero de caspa, y sin perder el alma ideológica en la calculadora especulativa. Juan López Cohard, presidente de la fundación Málaga Ciudad Cultural, las ha dicho. Y no dejo de darles vueltas.

Esta noche he sido invitado a pregonar la feria del barrio de La Luz, en mi ciudad. Uno de esos barrios sin leyenda ni literatura flamenca, ni perchelero ni trinitario, que conforman en verdad la Málaga sí en la tierra. Un barrio como el barrio en que fui niño en Málaga, la calle La Unión, donde siguen viviendo mis padres. La Unión y La Luz, dos de los barrios obreros creados hace décadas con viviendas de VPO, habitados inicialmente por familias que volvían de la emigración o del interior de la provincia, en aquella diáspora a las capitales que cambiaron la casa encalada del pueblo por un piso demasiado cercano al piso de en frente en un mar de bloques de pisos. Barrios de calles encajonadas sin apenas garajes ni trasteros, casi sin árboles y sin monumentos patrimoniales que dibujar en el cartel de las fiestas de la barriada.

He de reconocer que pensé mucho en la Cultura al escribir mi defensa de la alegría del barrio, que esta noche pregonaré («Por nuestros pregones nos juzgarán», me advertía siempre el mago Rafael Pérez Estrada con razón) antes de la elección de la reina infantil y del baile con la orquesta Panamá. Pensé en la Cultura como revolución pendiente en nuestras barriadas, como antídoto contra el paro, como vacuna contra la xenofobia que engorda con las crisis en barrios compartidos con la nueva oleada de emigrantes, que esta vez son inmigrantes que no vuelven a casa, sino que nos han llegado buscando el mismo sueño que buscaron nuestros padres, aunque con otros idiomas y otras razas y en la llamada era de la globalización. Barrios llenos de vecinos africanos que ayer tenían banderitas de España en sus coches y puestas en los balcones de los pisos que habitan junto a los vecinos de antes. Ahí hay un camino.

López Cohard ha dicho también que la fundación por la capitalidad cultural en 2016 no se gastará una millonada en traer a la Sinfónica de Berlín, porque con ese dinero se pueden hacer muchas cosas en los barrios. Hay que salvarlos del «Sálvame».

Ahí dentro hay gente seria trabajando. No se trata de ganar 2016, sino de aprovechar para retomar juntos el camino adecuado. Y no sólo para quienes ya eligen solos la película subtitulada que ven en casa.