Toda vez que los habitantes de los países desarrollados generan más detritus que pensamientos, incluso más que pensamientos y sentimientos, la necesidad de quitarla de enmedio y, mediante el barrido que ve la suegra, ocultarla bajo la alfombra de la tierra, deviene, como es natural, en un negocio extraordinario. Podría ser, pese a la materia en descomposición con la que se trabaja, un negocio tan limpio como cualquier otro, pero algo debe tener la basura que seduce particularmente a los sucios.

Lo más granado del PP alicantino ha caído, presuntamente, a consecuencia de lo que la Fiscalía sospecha una adjudicación fraudulenta, amical y corrupta del servicio de basuras oriolano. Esa pobre gente que vemos rebuscar en los contenedores de las calles no es la única, al parecer, que encuentra algo de utilidad en la basura. En la orilla de enfrente del hermoso mar de Alicante, es la Camorra la que se ocupa de la recogida merced a la contrata que algunos hampones pasados por las urnas debieron concederle, pero esto no quiere decir, qué va, que la italianización de la política española haya llegado todavía a esos extremos. Aquí, que somos más estirados y circunspectos, a algunos camorristas se les llama empresarios, y a algunos comisionistas, políticos.

El Partido Popular hace agua por estribor, por Levante, y entre Camps, Costa, Fabra y Ripoll, cada uno desde sus feudos o burgos podridos, no hacen más que retraer el tiempo y los recursos de la Justicia con sus, bien que presuntas, andanzas, esos malos pasos que, según las encuestas, no les van a costar ni un voto, sino antes al contrario. De ahí, acaso, el silencio cazurro de Rajoy, tan elocuente. La seducción de la basura no empieza ni acaba, cierto es, en Orihuela, ni la Diputación de Ripoll es la única que ejerce su cacicazgo. El PP hablará en campaña de regeneración. Habrá de estar alerta la Fiscalía, no sea que le dé por adjudicarla por subcontrata.