No he visto el partido. Prefiero oírlo mientras trabajo, con la ventana abierta, a través de los gritos del vecindario. Cuando cesan, verifico en internet mi interpretación. Los silencios resultan sobrecogedores, los ayes siniestros, los clamores en ascenso excitantes, los goles orgásmicos o agónicos. Es, ni más ni menos, la voz sinfónica de la masa humana. Supongo que ese modo de asistir a la misa es perverso, pero, como todo, se puede teorizar en clave honorable. Adoro los fenómenos naturales, mejor cuanto más aleatorios, pues en ellos reside el misterio del gran espíritu. En este caso el fenómeno consiste en las pasiones hondas que el fútbol remueve, los jugos cuya secreción provoca, los espasmos corales que induce, las pulsiones que hace aflorar, y hasta ondear, como ocurre con la bandera bicolor, aunque en este caso más que afloramiento tal vez se trate de una acuñación.