E­­­l célebre pulpo Paul, del acuario de Seelife de Oberhausen, ha pronosticado la victoria de nuestra Selección en la final de la Copa del Mundo. Enfrentado a las urnas sumergidas de España y Holanda, cada una de ellas con un mejillón dentro, el animal no se lo ha pensado mucho antes de expresar su convicción de esa manera extraña y algo monstruosa que emplean los cefalópodos ante las cámaras para expresar sus convicciones. Ahora bien; dejando a un lado el probable y reprobable hecho de que los responsables del acuario alemán infligen a Paul una dieta de hambre, pues de otro modo no se explica que la cautiva criatura submarina se tome tanto trabajo por un triste mejillón, su designio adivinatorio debería preocuparnos en extremo, pues Paul tiende a errar el pronóstico de las finales: en la de la Copa de Europa de 2008 que ganamos, eligió el mejillón de Alemania.

So capa de hacer unas risas, la gente cree a pies juntillas en el pulpo Paul, sobre todo desde ayer, que nos dio ganadores. El optimismo sin tasa, el delirante triunfalismo que ha impelido a muchos a considerar un mero trámite el decisivo encuentro de la final, trata de amortiguar, en realidad, la incertidumbre y la ansiedad. Con esto del Mundial de Sudáfrica nos ocurre lo que nos pasaba en la España nacionalcatólica a los varones con la virginidad de la mujer: puede que los franceses, los ingleses o los belgas prefirieran casarse con una virgen, pero los españoles lo necesitaban. Hoy lo que se necesita, como si en ello a los españoles nos fuera la vida y a España su propia existencia como nación, es ganar el Mundial. No se prefiere, cual sería lo lógico, sino que se necesita absolutamente para vivir.

Pero, en fin, mezclar la lógica con el pulpo Paul sería mucho mezclar. Por mi parte, doy por victorioso a un equipo, el nuestro, que hace a ráfagas un fútbol exquisito, delicioso, y durante el resto del juego un alarde de sensatez táctica. Nada que ver su actitud alegre, sin complejos, con aquella cejijunta devoración por la virginidad. Que los dioses ésta vez, pues los chicos lo merecen, les sean propicios.