Asistí este domingo a la clausura de los cursos de la fundación aznarista FAES; me sorprendió que ni Aznar ni Mariano Rajoy hiciesen alusión directa al hecho de que un presidente autonómico, José Montilla, encabezase una manifestación de signo claramente independentista. «Un hecho tan grave que conviene no decir que es tan grave», me comenta un asesor cercano a Rajoy, que participó en esta clausura. Pero pienso que en esta semana, en la que se celebra el debate sobre el estado de la nación, no debería obviarse lo que, de verdad, significó esta manifestación y esta presencia, a la cabeza de la marcha, nada menos que del president de la Generalitat catalana.

El debate tiene lugar a pocas horas de esa confrontación callejera de las banderas: las que ondearon el sábado en Barcelona, más independentistas que senyeras, y las que han abarrotado las calles de casi todas las ciudades españolas, las enseñas rojigualdas que acompañaron los triunfos de la selección española de futbol, «la roja», un ejemplo de unidad de los españoles, como dijeron Aznar y Rajoy en sus discursos poniendo fin a los cursos veraniegos de FAES. Imposible no ver el simbolismo profundo de este choque visual de banderas cuando los principales representantes de la política española van a debatir sus respectivos puntos de vista sobre cómo es el estado de la nación en el acto parlamentario más importante del año.

¡Qué año! Por eso, este debate no puede ser uno más; lo ocurrido con la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut catalán, en momentos de honda depresión en la moral y en la economía nacionales, ha puesto claramente de manifiesto algunas debilidades de la Constitución que, acaso, convendría comenzar a pensar en revisar. Pero, claro, si en algo hay consenso en este país es en no entrar en reformas de fondo. Por ello, mucho me temo que el debate de esta semana es perfectamente previsible: un remedo de aquel «váyase, señor González», con el que Aznar hizo célebre un debate sobre el estado de la nación frente a Felipe González. Si nos atenemos a lo que Rajoy dijo ayer domingo en FAES, esta va a ser una edición en la que, con otras palabras, a Zapatero le van a decir «váyase», por considerarle, con justicia o sin ella, culpable de todos los males que padecemos los españoles.

Los dos grandes partidos perdieron la oportunidad de entenderse, aunque hayan llegado, bien que mal, a algunos acuerdos importantes. Ahora, a Rajoy ya solamente le queda empujar a Zapatero hacia el abismo. Y a Zapatero... ¿Qué le queda a Zapatero? Desde La Moncloa, alguna voz susurra que podría darnos, al fin, alguna sorpresa. Yo, la verdad, no estoy seguro –y sé que es una opinión minoritaria– ni siquiera de su voluntad de permanencia en el puesto más allá de 2012. Su ímpetu reformista se habría agotado en los esfuerzos para recortar el gasto público y reformar la normativa laboral. Y nada más, y nada menos. Ya digo: ahí parecen haber acabado las reformas de fondo, aunque, en mi opinión, se necesiten más, muchas más.