La semana comenzó con la Nación aclamada en las calles, por el triunfo de España en Sudáfrica, y terminó con la Nación debatida en el Congreso por la clase política. Sobre todo por los dos primeros actores del drama nacional. El titular, Zapatero, y el aspirante, Rajoy. El cuerpo a cuerpo de ambos no ofreció novedades dignas de ser reseñadas. Fue más de lo mismo, si nos atenemos a los antecedentes de su permanente reyerta política, aunque se esperaba otra cosa. Por parte de Zapatero, explicaciones convincentes sobre su golpe de timón respecto al programa electoral del PSOE y su discurso de investidura. Y por parte de Rajoy, un programa de recetas alternativas a las del Gobierno socialista.

En ese sentido, el cruce entre el que gobierna y el que puede gobernar resultó decepcionante porque se perdió en un bronco intercambio de reproches. El uno al otro, que no inspira confianza, miente, improvisa y es un inútil. Así que debe convocar elecciones anticipadas antes de evaporarse. Y el otro al uno, que nunca arrima el hombro, carece de propuestas alternativas y solo se mueve en función de sus propios intereses y los de su partido.

La confrontación por la confrontación, como vemos, sin entrar en contenidos. Las soflamas suplantaron a los argumentos. Hubo que esperar a la intervención del portavoz de CiU, Josep Antoni Duran i Lleida, para recuperar el gusto por la esgrima parlamentaria en base a razonamientos y posturas discrepantes pero bien documentadas.

Cerrado el debate, a falta de debatir y votar las resoluciones en la sesión del próximo martes, puede hablarse de una moción de censura encubierta al presidente del Gobierno. O mejor, de reprobación. A Zapatero le han sacudido de lo lindo. Por la izquierda y por la derecha. Pero sin ninguna consecuencia contante y sonante, más allá de las percepciones de cada uno a la hora de medir el desgaste que haya podido sufrir. En las apuestas cotiza muy a la baja.

Sin embargo, hay que insistir en que incluso el presentido desgaste de Zapatero sólo tiene un carácter virtual. Como un campeón de boxeo que no pierde el título aunque le dejen al borde del KO en un combate de exhibición. El título no está en juego. Y no lo estará hasta la primavera de 2012, salvo improbable rendición del titular (elecciones anticipadas). O paso al frente del aspirante (moción de censura), que tampoco parece estar en su catálogo de intenciones.

Así que el hundimiento de Zapatero es tan virtual como lo son las encuestas, tantas veces desmentidas por el BOE cuando la lucha por el poder se somete a la prueba de las urnas.