En un arrebato de comentarista ensoberbecido, lo sé, me atrevo a darle una tregua a una señora que hasta el momento sólo me ha producido rechazo. Ya saben que la pantalla es como es, es decir, que tiene algo humano, y que hay gente que aparece en ella y te cae bien, y gente que aparece en ella y te cae mal. Si es gente que aparece en ella y te cae mal, malo, es como la primera impresión cuando conoces a alguien, o te entra o no, y es difícil cambiar de sensación. Porque hablamos de eso, de sensaciones. Si además de no gustarte, quien aparece en la tele y te cae mal, lo que hace, lo que ha hecho, pertenece al apartado de lo olvidable, de la ruindad periodística, del entretenimiento entendido como rancho de gorrinos, la relación puede ser muy desagradable. Veamos. Pongamos que hablo de Lucía Riaño. ¿La ubican? ¿No? ¿Y si la ponemos al lado de Emilio Pineda?

¿Tampoco? Concéntrense. El Tirantes. El Tirantes y La Otra. Que sí, que esta pareja de bellacos perpetraba por las tardes, por supuesto en la casa donde se perpetra lo peor que alguien con un mínimo de dignidad está dispuesto a soportar, aquello que se llamó Está pasando. Era un España directo de la abyección, de lo truculento, del reporterismo más vil, del acoso, de la manipulación, del invento, una factoría que creaba realidades y que tanto parecía divertir a estos risueños y mendaces presentadores. Por tanto, me resulta difícil olvidar la cara y las maneras de esta señora, que dejó la cochinera de Telecirco y pasó a Antena 3, donde se dio un batacazo fenomenal, y yo que lo celebré, con una payasada llamada Citaxcita. Desde el lunes, en la misma casa, sustituye a Susana Griso en Espejo público. No es para tirar cohetes. Pero… Venga, el contador a cero.