Demasiada información: ese es el diagnóstico de urgencia de la civilización occidental. Un ciudadano que quisiera conocer todas las leyes y normas en vigor (que se supone conoce, pues no cabe alegar ignorancia) debería dedicarse sólo a eso. Un consumidor responsable tampoco se podría dedicar a otra cosa que informarse de los manuales de instrucciones de los chismes, la composición de los alimentos, las indicaciones de las medicinas y la información de las compañías eléctricas. Un pequeño inversor (aunque sólo sea de 4 duros de sus ahorros) que quisiera acertar debería comparar al detalle las ofertas de bancos y agentes de inversión, incluida la letra pequeña, lo que también le llevaría el día. Si encima quisiera leer los periódicos, necesitaría cuatro vidas. Esto, en suma, quiere decir que economizar la información que se recibe es un requisito para la vida: tanto papel nos ahoga.