Así llama Juan, el niño republicano, a la agrupación del PSOE de El Palo, donde él conserva un carnet que significa más un homenaje a Azaña e Izquierda Republicana que al socialismo, el recuerdo infantil de su patria almeriense.

Llamar «congregaciones» a las agrupaciones de los socialistas no es ninguna barbaridad. Un estupendo libro del historiador Juan Avilés considera el comunismo como «la fe que vino de Rusia». Y una de las más brillantes tesis sobre nuestra propensión al anarquismo, a la vieja pasión política de los españoles por la revolución y a la furia purificadora con que a veces se ensañaron con los símbolos religiosos, considera que responde a la rabia santa por el engaño de una Iglesia poderosa y corrupta a la pureza de una fe infantil.

Decía José Pérez Palmis que lo que le mantenía la fe en el socialismo era entrar en las agrupaciones del PSOE y contemplar a personas mayores de nuestra guerra metiendo papeletas pacientemente en los sobres para las elecciones, haciendo voluntariamente tareas para la causa. Es ese el corazón del socialismo, la fe laica sin la que ninguna causa de izquierdas puede explicarse. Una fe que comparte con los partidos comunistas o los sindicatos obreros.

Comprender las agrupaciones exige para algunos militantes y para muchos ciudadanos un esfuerzo a veces titánico. Y sin embargo es en ellas donde puede tocarse lo que sociológicamente es la izquierda española, de donde arrancan los capilares que la introducen en los tejidos de la sociedad. Hace poco decía un destacado militante perteneciente al otro socialismo, el de los profesores, que él en su agrupación «no tenía familia». Las dos almas que desde la primera década del siglo XX tiene el socialismo español, los agnósticos y ateos que llevan el socialismo solo en las neuronas, frente a los creyentes que lo llevan además en la sangre.

Esto de las «congregaciones» no es privativo de la izquierda. El corazón y la sangre de la derecha española es una gran parte de los católicos, y el trasunto de los viejos socialistas doblando papeletas es esa militancia que puebla las mesas del PP en las elecciones. Es ese el corazón de la derecha, una fe que tiene, esa sí, montadas verdaderas congregaciones por toda la geografía española.

Es delicado jugar con asuntos que competen a la sangre o a la fe. Carlos Sanjuán siempre se reservaba un poco de su tiempo en la dirección del socialismo andaluz para jugar al dominó en la «congregación» de El Palo. Lo hacía sin prisas y con la misma pasión e inteligencia que esos socialistas sin dudas de lo más profundo de la Málaga roja. Poder hacerlo, y disfrutar al tiempo, es el privilegio de muy pocos: es el milagro que une a veces a los agnósticos e incrédulos con la fe de las bases.

No es del todo cierto que estas clientelas del socialismo sean lo que le impide abrirse y modernizarse, convertirse en lo que muchos llevan en la cabeza, pero casi nadie practica. Porque nada se mueve sin fe, y tenemos un ejemplo reciente en los Estados Unidos. Por eso hay que ser tan respetuosos cuando se toca el tejido de los partidos, sus congregaciones. El secreto, como siempre, es una sabia combinación, una pócima mágica hecha a base de neuronas y sangre, de razón y de fe. Quien la logre, puede cambiar el mundo. Es lo que siempre me dice Juan, el niño republicano.

* Fernando Arcas Cubero es profesor de Historia de la UMA